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6.4 En el Espíritu y la Iglesia

Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia Católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.
- Artículos 4-7, Símbolo Apostólico

Creo en el Espíritu Santo Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas (Catecismo de la Iglesia Católica, Credo Niceno). Creemos también que el Espíritu asiste a la Iglesia en la profundización de todos los misterios de la Fe, como dijo Jesús: Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho (Juan 14, 26). Además, el Espíritu Santo, que habita en nosotros por el Bautismo, es siempre veraz, es nuestro defensor, abogado, consolador, consejero, mediador, santificador, etc. ¿Acaso no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que habita en vosotros y habéis recibido de Dios? Y no os pertenecéis (1 Corintios 6, 19). Por el Espíritu Santo se nos concede de nuevo la entrada en el paraíso, la posesión del reino de los cielos, la recuperación de la adopción de hijos: se nos da la confianza de invocar a Dios como Padre, la participación de la gracia de Cristo, el podernos llamar hijos de la luz, el compartir la gloria eterna (San Basilio Magno)[13]. ¿Cómo no dar gracias por estos regalos? ¡Qué amor tan grande nos tiene Dios!

Sin embargo, “todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres pero la blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada”. No hay límites a la misericordia de Dios, pero quien se niega deliberadamente a acoger la misericordia de Dios mediante el arrepentimiento rechaza el perdón de sus pecados y la salvación ofrecida por el Espíritu Santo. Semejante endurecimiento puede conducir a la condenación final y a la perdición eterna (Catecismo 1864)¿Cómo puede llegar a pasar esto? Pues creyendo que no tenemos salvación alguna posible, creyendo que hagamos lo que hagamos nos podremos salvar (incluso pecando), negando persistentemente las verdades de la Iglesia Católica, envidiando la gracia que Dios ha dado a otro hasta el punto de rebelarnos contra Dios, obstinándonos en el pecado que nos gusta una y otra vez pues ya “mañana lo dejaremos” y rechazando la confesión incluso en la hora final. Por eso, si ves que estás cerca de alguna de estas cosas... ¡Hay una buena noticia! ¡Hoy puedes cambiar! Hazlo ya mismo, poniendo todos los medios y pidiendo toda la ayuda que puedas, pues tu vida eterna lo merece. Y Dios, que tanto te ama, también. ¡Pero hazlo ya! Pues quizás mañana es demasiado tarde. En definitiva... ¡Vive siempre con la firme intención real y práctica de cambiar de vida y abandonar el pecado!

La santa Iglesia Católica Hemos hablado anteriormente sobre la Iglesia y todo lo que es para nosotros. Pero ahora conviene sobre todo hacer referencia a su función de maestra y guardiana de la verdad revelada. Efectivamente, la Iglesia, que es “columna y fundamento de la verdad”, guarda fielmente “la fe transmitida a los santos de una vez para siempre”. Ella es la que guarda la memoria de las palabras de Cristo, la que transmite de generación en generación la confesión de fe de los apóstoles (Catecismo 171). Eso significa que los dogmas de la Iglesia son infalibles, y que el Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra, esto es, cuando en el ejercicio de su oficio de pastor y maestro de todos los cristianos, en virtud de su suprema autoridad apostólica, define una doctrina de fe o costumbres como que debe ser sostenida por toda la Iglesia, posee, por la asistencia divina que le fue prometida en el bienaventurado Pedro, aquella infalibilidad de la que el divino Redentor quiso que gozara su Iglesia en la definición de la doctrina de fe y costumbres. Por esto, dichas definiciones del Romano Pontífice son en sí mismas, y no por el consentimiento de la Iglesia, irreformables. De esta manera si alguno, no lo permita Dios, tiene la temeridad de contradecir esta nuestra definición: sea anatema (Pastor Aeternus)[56].

Por lo tanto, si crees que algunos de los dogmas o de las enseñanzas infalibles (no todas lo son) de la Iglesia Católica son erróneos, eres tú quien está en un error. Los dogmas no van a cambian nunca por el simple hecho de que tampoco cambian el bien y el mal o la verdad de las cosas. Así pues, un dogma infalible nunca puede cambiar en la Iglesia, y si alguien lo intenta cae en una herejía. Por ejemplo, aunque pastoralmente se emplee ahora de mucha misericordia siguiendo las enseñanzas ordinarias del Papa, nunca cambiará el hecho de que todo el que repudia a su mujer y se casa con otra comete adulterio (Lucas 16, 18). Y por eso, las únicas “parejas que se separan” en la Iglesia Católica válidamente son las nulas, es decir, las personas que aun viviendo como una pareja, por alguna causa previa al Sacramento o en el momento de su celebración, nunca han estado unidas ante Dios. En definitiva: creer en la Iglesia es creer en lo que ella enseña y obedecerla. Y no nos referimos a lo que personalidades individuales de ella puedan llegar a decir de modo espontáneo, pues como cualquier otra persona también pueden equivocarse gravemente, aunque esa persona sea el mismísimo Santo Padre. En tal caso, y siempre en conciencia, no se les debe obediencia. Sin embargo, sí son infalibles las enseñanzas del magisterio bimilenario, las Sagradas Escrituras correctamente interpretadas, y los dogmas, concilios y encíclicas dogmáticas de la Iglesia Católica. Aun así, en general, las enseñanzas infalibles y las enseñanzas ordinaria deberían ir de la mano y, por tanto, la obediencia debería ser continua.

La comunión de los santos En primer lugar, la comunión de los creyentes es algo que se presuponía en los orígenes del cristianismo, como atestiguan las Escrituras diciendo: El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común (Hechos 4, 32). Y esa comunión no sólo existía en la Fe que profesaban y en los Sacramentos, sino también en los carismas, los bienes materiales y la caridad mutua. Efectivamente, si vienen a saber que algunos son perseguidos o encarcelados o condenados por el nombre de Cristo, ponen en común sus limosnas y les envían aquello que necesitan, y si pueden, los liberan; si hay un esclavo o un pobre que deba ser socorrido, ayunan dos o tres días, y el alimento que habían preparado para sí se lo envían, estimando que él también tiene que gozar, habiendo sido como ellos llamado a la dicha (Aristides)[9]. Por otro lado, también creemos en la comunión de todos los fieles cristianos, es decir, de los que peregrinan en la tierra, de los que se purifican después de muertos y de los que gozan de la bienaventuranza celeste, y que todos se unen en una sola Iglesia; y creemos igualmente que en esa comunión está a nuestra disposición el amor misericordioso de Dios y de sus santos, que siempre ofrecen oídos atentos a nuestras oraciones (Pablo VI)[90]. Así pues, nuestras oraciones ayudan a la Iglesia purgante, mientras que la intercesión de la Iglesia celeste nos ayuda a nosotros. ¡Y todos juntos alabamos al tres veces Santo!

El perdón de los pecados Es importante tener siempre presente que los cristianos creemos en el perdón de los pecados y, por tanto, en el pecado en sí. Efectivamente, terrible es el pecado, gravísima enfermedad del alma la culpa, pero no incurable (San Cirilo de Jerusalén)[67]. Y por eso, nunca nos cansaremos de decir... ¡Acude al Sacramento de la Reconciliación! ¡No tengas miedo! Y que Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz (Ritual de la Penitencia)[62]. Efectivamente, llamar a conversión siempre es necesario, pues todos pecamos. ¡Pero Dios nos ama y por eso nos lo perdona todo! ¡Gratuitamente! Pues nadie tiene “derecho” al perdón, sino que es un don que se recibe por amor. Y la respuesta natural a este don es, por un lado, el agradecimiento y la alabanza a Dios; y por otro lado, el regalar este don a todos los que te han ofendido. ¡Pues quien se siente perdonado, perdona! Así pues, recuerda siempre... ¡Dios te ama y te lo perdona todo! ¡Hasta lo que nadie, ni tú mismo, te perdonas!

La resurrección de la carne y la vida eterna Dios nos ha creado para la vida eterna, porque Dios no ha hecho la muerte, ni se complace destruyendo a los vivos (Sabiduría 1, 13). Sin embargo, por el pecado original fuimos expulsados del paraíso y reinó la muerte en nosotros. Pero gracias a Jesucristo la Vida ha vencido sobre la muerte. Así pues, ahora tienes una decisión que tomar: ¿Quieres la vida o la muerte? Ya sabes cuáles son los dos caminos y a qué te lleva cada uno. Por supuesto, creemos que resucitaremos en alma y cuerpo, un cuerpo glorioso. Así pues, si hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solo en esta vida, somos los más desgraciados de toda la humanidad. Pero Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto (1 Corintios 15, 19-20). Por eso, es fundamental en todo cristiano, en ti y en mí, vivir teniendo siempre presente esta realidad, pues no hay bien mayor que puedas recibir que la vida eterna en el Cielo. Por eso, morir cuando Dios quiera, pues todos tenemos una misión en la tierra, es con mucho lo mejor (Filipenses 1, 23b). Y así lo consideraban los primeros cristianos, que llamaban al día de la muerte el “Dies Natalis”, es decir, el día del nacimiento a la vida verdadera. Pero no olvidemos, por el contrario, que no hay mal mayor que la vida eterna separado de Dios en el infierno. ¡Vive, pues, consecuente con lo que quieras alcanzar!

Práctica El Amén final expresa la firmeza de la Fe y la seguridad de la esperanza, basadas en el amor de Dios (Emiliano Jiménez)[67]. Y nosotros... ¿Tenemos esta firmeza en la vida? ¿Vivimos dejando habitar en nosotros el Espíritu? ¿Creemos firmemente en la Iglesia como madre y maestra infalible? ¿La obedecemos? ¿Hay hermanos en la fe pobres mientras nosotros vivimos bien? ¿Hacemos algo material por ellos? ¿Rezamos por vivos y muertos? ¿Nos vemos pecadores? ¿Acudimos físicamente a la confesión Sacramental cuando pecamos gravemente? ¿Vivimos en la esperanza de la vida eterna? ¿Nos falla la esperanza al pensar en la propia muerte? ¿Nos escandaliza o desespera la muerte de seres queridos? ¿Vivimos consecuentes con el camino de la Vida?

Reflexionar en oración en base a estas preguntas
Leer la explicación del libro de Santo Tomás de Aquino

Además, también en este caso conviene comprobar que la Fe de los primeros Apóstoles que nos ha llegado por la Tradición coincide plenamente con el testimonio que ellos mismos escribieron. Para ello, haremos la Lectio Divina de los siguientes pasajes de las Escrituras, donde se nos habla un poco de todos estos misterios de la Fe.

Hechos 2, 1-8 (Venida del Espíritu Santo)
Mateo 16, 13-19 (Primado de Pedro)
Hechos 4, 32-35 (Vida de la comunidad)
Juan 8, 3-11 (La adultera perdonada)
1 Corintios 15, 12-54 (La resurrección)

Comentarios

Sergio(28-10-2021)
Que determinante es el dogma católico, muy difícil de llevarlo al pie de la letra, pero como fieles hijos de Dios debemos esforzarnos en cumplirlo y así poder alcanzar el mejor de los caminos: la vida. Que el Señor les bendiga.
En palabras de Cristo: Es imposible para los hombres, pero Dios lo puede todo (Mateo 19, 26b). Por eso lo primero siempre, más que cumplir, es tener una relación personal con Dios. ¡Ánimo!
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