Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.- Mateo 11, 28
Descanso en Dios Descansar en Dios es sin duda lo mejor, pues el que entra en su descanso, también él descansa de sus tareas, como Dios de la suyas (Hebreos 4, 10). El descanso de Dios* es el descanso propio del alma, que muchas veces trae consigo el descanso mental y físico, pero que no por ello deja de ser propio del alma. ¿Qué significa en la práctica vivir en el descanso? En primer lugar es tener plena confianza en Dios, viviendo la vida según su voluntad y sin preocuparse en exceso, sabiendo que todo está en sus manos. Jesús nos demostró con un claro ejemplo cómo se hace esto cuando Él y sus discípulos cruzaron el lago en barca: En esto se produjo una tempestad tan fuerte, que la barca desaparecía entre las olas; él dormía (Mateo 8, 24). Y mientras sus discípulos temían por su vida y estaban angustiados, Jesús dormía tranquilo confiado en las manos de su Padre.
En segundo lugar, vivir en el descanso significa vivir para Dios y no para lograr otro tipo de objetivos: trabajo, relaciones, dinero, diversiones, viajes, ideologías, etc. Esto no significa despreciar todo eso, sino valorarlo en su justa medida. Medida, por cierto, inferior a Dios, a las demás personas y a unas cuantas cosas más, como mínimo. En otras palabras, vivir para Dios es vivir la vida diaria pero haciendo todas las cosas para Él. Por eso dice el apóstol: Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él (Colosenses 3, 17). En tercer lugar, significa abandonar nuestra carga: dinero, dependencias afectivas, ídolos, pecado, etc. Cosas que “no son”, a diferencia de Dios que “sí es”. Cosas que, al final, nos impiden caminar por el camino de la Vida, abocándonos una y otra vez al camino de la muerte.
Abandonar la carga Abandonar nuestra carga es fundamental porque muchas veces la carga es como el abrojo que crece junto con la semilla de la Palabra de Dios: Otra parte cayó entre abrojos, y los abrojos, creciendo al mismo tiempo, la ahogaron. Lo que cayó entre abrojos son los que han oído, pero, dejándose llevar por los afanes, riquezas y placeres de la vida, se quedan sofocados y no llegan a dar fruto maduro (Lucas 8, 7.14). Y eso mismo nos puede pasar a nosotros si no abandonamos nuestra carga para poder seguir al Señor con perseverancia, de forma que se llegue a cumplir en nosotros la Palabra de Dios que dice: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo» (Lucas 10, 27b). Así pues, si no abandonamos nuestra carga no podremos caminar por el camino de la Vida que nos lleva a Dios y a la vida eterna con Él.
Práctica En el domingo, como día por excelencia de descanso, se nos invita a radicalizar esta actitud diaria dedicando por completo el día a Dios. Nada de trabajar, de ganar dinero, de adelantar trabajos, de realizar trabajos duros de casa, etc. Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio (Mateo 6, 33-34). Así pues, conviene vivir los domingos como cristianos, sin ocuparnos de nuestros negocios, trabajo, hobbys y asuntos, en la medida de lo posible y sin faltar a nuestras obligaciones. Y vamos a dedicar el día a Dios primero y a nuestra familia, en la que Dios se hace presente, después. Y por supuesto, a cualquier obra de misericordia y piedad que se nos presente. En palabras del catecismo: Durante el domingo y las otras fiestas de precepto, los fieles se abstendrán de entregarse a trabajos o actividades que impidan el culto debido a Dios, la alegría propia del día del Señor, la práctica de las obras de misericordia, el descanso necesario del espíritu y del cuerpo. Las necesidades familiares o una gran utilidad social constituyen excusas legítimas respecto al precepto del descanso dominical. Los fieles deben cuidar de que legítimas excusas no introduzcan hábitos perjudiciales a la religión, a la vida de familia y a la salud (Catecismo 2185).
Una buena forma de empezar un domingo dedicado a Dios es ofrecer a todos los miembros de nuestra familia la posibilidad de hacer la oración de Laudes juntos por la mañana. ¿Cómo se reza? Pues bien, primero de pie se recita todos juntos la invocación inicial y una persona lee el invitatorio. Después, sentados, se va leyendo la salmodia en voz alta, cada vez uno, para que todos participen. Verás que antes de los salmos hay antífonas: estas las lee quien va a leer el salmo, y luego el resto la repiten. A continuación se lee la lectura breve y el Evangelio del día y uno de los padres, o alguien con conocimiento de las mismas, puede explicarlas muy brevemente. Si alguien a través de la lectura ha recibido una Palabra de Dios para su vida concreta puede comentarlo también. A continuación, se realizan las preces de pie y se pueden añadir también las peticiones individuales de los que están presentes. Finalmente, se reza el Padre nuestro todos juntos y se lee la oración final. Todo esto está en unos libros que se llaman “Liturgia de las Horas” y que son un poco complicados de utilizar al principio. Y aunque seguro que vuestro Sacerdote os puede enseñar a emplear estos libros fácilmente, para poder empezar ya mismo podéis hacer uso de esta página web:
Por cierto, recordad que el domingo también es necesario acudir a la Eucaristía. Si habéis acudido en la víspera del domingo, es decir, el sábado por la tarde, no tendréis problemas en encontrar el momento de rezar los Laudes. Si no es el caso, se suele recomendar hacer los Laudes antes y después ir a misa de doce, si es que la hay. En cualquier caso, la Eucaristía es siempre más importante.
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