Nadie puede servir a dos señores. Porque despreciará a uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.- Mateo 6, 24
El dinero y la Providencia El desprendimiento de las riquezas es necesario para entrar en el Reino de los cielos (Catecismo 2556), porque ellas están detrás de muchos de los grandes males de este mundo y de nuestra vida diaria: guerras, explotación laboral, ruptura de familias, peleas, separaciones, enemistades, mafias, drogas, prostitución, estafas, pobreza y un larguísimo etcétera. El dinero* se ha convertido en el dios de este mundo y, por tanto, los cristianos debemos darle la importancia real que tiene... ¿Cómo? Vended vuestros bienes* y dad limosna; haceos bolsas que no se estropeen, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla (Lucas 12, 33).
El desprecio al dinero nace de saber que solo Dios es el verdadero Dios y que, como verdadero Dios, tiene poder para proveer en nuestra vida todo lo que necesitamos. No lo que queremos, sino lo que necesitamos. Por eso os digo: no estéis agobiados por vuestra vida pensando qué vais a comer, ni por vuestro cuerpo pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura (Mateo 6, 25.33). Porque verdaderamente Dios, que te ama, te dará lo que realmente necesitas para vivir. Por eso, no es necesario que busques descontroladamente el dinero y las cosas que con él puedes comprar. Mira que los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso (Mateo 6, 32). Así pues, si pasas un momento de necesidad, pide a Dios con Fe: Aleja de mí falsedad y mentira; no me des riqueza ni pobreza, concédeme mi ración de pan; no sea que me sacie y reniegue de ti, diciendo: «Quién es el Señor?»; no sea que robe por necesidad y ofenda el nombre de mi Dios (Proverbios 30, 8-9). Porque la indigencia material es tan peligrosa como la riqueza, pues ambas facilitan el apego de tu corazón al dinero, que no es un dios. Así pues, si Dios te lo concede, trabaja para ganarte el pan y ayudar a aquellos que no pueden hacerlo.
Y sabiendo que Dios provee, despréndete de las riquezas y los bienes que posees, como la Iglesia y Cristo enseñan. De esta forma serás libre en tu trato con el dinero y podrás amar a Dios primero. Pues nadie puede servir a dos señores. Porque despreciará a uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero (Mateo 6, 24). ¿Tienes discusiones por dinero, de forma directa o indirecta? ¿No puedes dar a los demás con generosidad? ¿Te preocupa en exceso el mañana o los gastos que tienes? ¿No ves claras las cosas o tienes problemas en los que detrás está el dinero de una forma y otra? ¿Acumulas dinero? ¡Despréndete de tus bienes y elige sólo a Dios! ¡Haz limosna!
La Limosna Cuando des limosna sé generoso, pues una vez cubiertas tus necesidades básicas, todo lo demás te sobra. Pues no se trata de aliviar a otros, pasando vosotros estrecheces; se trata de igualar (2 Corintios 8, 13). De donde hoy te sobra a ti, el otro come y vive; y de donde al otro le sobre mañana, tu podrás comer. Por eso para ser cristiano debes elegir... ¿Dios o el afán por el dinero? ¿Dios o un ídolo? ¿Dios o el maligno? Porque donde está tu tesoro, allí estará tu corazón (Mateo 6, 21). ¿Cuál es el camino de la vida? Ser libre frente al dinero y amar a Dios. Jesús exhorta a sus discípulos a preferirle a Él respecto a todo y a todos y les propone “renunciar a todos sus bienes” por Él y por el Evangelio. Poco antes de su pasión les mostró como ejemplo la pobre viuda de Jerusalén que, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir. El precepto del desprendimiento de las riquezas es obligatorio para entrar en el Reino de los cielos (Catecismo 2544).
La limosna hecha a los pobres es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios (Catecismo 2447). Pero con la limosna cualquier cosa no vale: “los céntimos que me han sobrado del café de hoy se los doy al pobre de la esquina y que dé gracias” o “me afilio a una ONG y doy cinco euritos todos los meses de lo que me sobra y ya está” no son actos suficientes de verdadera limosna y caridad cristiana. Hacer estas cosas está muy bien y es preferible a no hacer nada, pero la verdadera limosna cristiana va un paso más allá: no se hace sólo de lo que a uno le sobra, ni por obligación, ni para tener la conciencia tranquila, ni de cualquier forma. La limosna se hace de la siguiente forma:
Recuerda una cosa fundamental: el principal motivo de la limosna no es ayudar al otro, sino ayudarte a ti mismo, por eso comparte tu pan con el hambriento y tu ropa con el que está desnudo. Si algo te sobra, dalo con generosidad al pobre, y que tu ojo no mire cuando des limosna (Tobias 4, 16). Pues muchas veces poseemos muchas cosas que no son necesarias para vivir gastando mucho en caprichos y tonterías, mientras nuestros hermanos pasan verdadera necesidad. De esta forma, la limosna hecha de forma seria nos ayudará a amar al prójimo, dándonos la oportunidad de ponernos en su lugar. Y sobre todo nos ayudará a ser libres con el dinero, que tantos problemas y discusiones genera en nuestra vida diaria. Por supuesto, cuando des limosna no esperes recibir nada a cambio de la otra persona, porque entonces ya no es limosna sino un préstamo, aunque lo que pidas a cambio sean sólo las gracias. Y si prestáis a aquellos de los que esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo (Lucas 6, 34). Tú da con generosidad según tus posibilidades, y “olvida” enseguida lo que has dado y a quién se lo has dado.
¿Dejas a Cristo hambriento? Cristo está en cada necesitado, y es una vergüenza que los que nos llamamos católicos vivamos preocupados en comprarnos más y más ropa, en llevar lo último en tecnología, en decorar* lujosamente nuestras casas o en darnos a la gula, mientras dejamos a Cristo hambriento y congelado en la calle. Por ello, San Basilio Magno, entre muchos otros santos nos exhorta enérgicamente: Oh hombre, imita a la tierra; produce fruto igual que ella, no sea que parezcas peor que ella, que es un ser inanimado. [...] Tus riquezas tendrás que dejarlas aquí, lo quieras o no; por el contrario, la gloria que hayas adquirido con tus buenas obras la llevarás hasta el Señor, cuando, rodeado de los elegidos, ante el juez universal, todos proclamarán tu generosidad, tu largueza y tus beneficios, atribuyéndote todos los apelativos indicadores de tu humanidad y benignidad. [...] Y todo esto te tiene sin cuidado, y por el afán de los bienes presentes menosprecias aquellos bienes que son el objeto de nuestra esperanza. [...] Deberías estar agradecido, contento y feliz por el honor que se te ha concedido, al no ser tú quien ha de importunar a la puerta de los demás, sino los demás quienes acuden a la tuya. Y en cambio te retraes y te haces casi inaccesible, rehuyes el encuentro con los demás, para no verte obligado a soltar ni una pequeña dádiva. Sólo sabes decir: «No tengo nada que dar, soy pobre.» En verdad eres pobre y privado de todo bien: pobre en amor, pobre en humanidad, pobre en confianza en Dios, pobre en esperanza eterna (San Basilio Magno)[12]. Por eso, mientras exista un sólo pobre y nosotros tengamos más de lo estrictamente necesario para vivir, no hay excusa para dejar de dar.
Práctica Hemos de entender muy bien qué nos dice Jesucristo sobre el dinero, que no es poca cosa, y cuál es la forma correcta de emplearlo. Para ello, como estamos acostumbrados, vamos a hacer la Lectio Divina de las Escrituras, donde veremos cómo se nos invita a tratar el dinero. Además, también conviene ver una breve experiencia muy esclarecedora sobre el dinero.
Pues bien, a la luz de estas lecturas queda bastante claro qué es lo que hay que hacer para dejar la carga de la preocupación por las riquezas: limosna. Para ello, proponemos en primer lugar hacer un signo serio de desprendimiento, como una petición a Dios con nuestras obras de que realmente queremos abandonar esta carga que tanto daño y estrés nos acarrea en nuestra vida. ¿Cómo? Cogiendo un bien tuyo, algo que puedas vender de forma legítima, vendiéndolo, viendo lo poco que vale y, finalmente, dándole el dinero a los pobres. Y si lo haces con más de una cosa, mejor. También es importante no olvidarnos nunca de la limosna, por lo que una buena medida sería darla todos los meses o cuando recibimos algún ingreso (a la Iglesia, para ayudar a su mantenimiento; o a los pobres, a través de Cáritas, etc). Cada uno debe valorar qué es lo que puede dar según su capacidad, aunque una cantidad orientativa sería el 10% de los ingresos, que antiguamente era conocido como “diezmo”. Pero cada uno dé como le dicte su corazón: no a disgusto ni a la fuerza, pues Dios ama al que da con alegría (2 Corintios 9, 7). Y recuerda siempre que esto es para tu bien. ¡Y que Dios te ama!
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