Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.- Lucas 14, 26
Afectividad y libertad La afectividad o afecto es una cosa buena que Dios ha puesto en nuestro ser para poder crear lazos profundos con las personas. Sin embargo, como pasa con casi todas las cosas, es buena únicamente si está en su justa medida. Y esa medida se pone a prueba de dos formas diferentes: en la libertad para hablar con la verdad al otro, y en el desprendimiento completo e inmediato ante Dios. Por supuesto, es importante que exista un afecto entre un padre y una madre, o entre los padres y el hijo. Es fundamental y bueno demostrarse el amor mediante gestos afectivos. El afecto de por si no es malo: es necesario. El problema aparece cuando ese afecto te impide ser libre, cuando se transforma en una dependencia. Porque la afectividad pasa a ser mala si te esclaviza a la otra persona o si la antepones a Dios. La realidad es que la otra persona no es imprescindible: solo necesitas a Dios. Solo en Dios descansa mi alma, porque de él viene mi salvación (Salmo 62, 2). ¡Sólo Dios te da la vida!
El problema más importante viene cuando la otra persona suplanta a Dios en tu corazón, porque en realidad no puede hacerlo. La otra persona es débil, no puede estar siempre contigo, pensará muchas veces en sí misma, y te fallará. Su amor, si no es a través de Dios, es limitado. Al igual que el tuyo. Por eso es un error gravísimo que le exijas la vida a la otra persona, que pretendas que todo su ser gire a tu alrededor, porque vas a acabar decepcionado, enfadado e incluso llegarás a pensar que la otra persona no te quiere. En realidad, lo que debería pasar es que los dos girarais alrededor de Dios, el único que realmente puede dar la vida y hacer que os améis, porque él nos amó primero (1 Juan 4, 19b). ¡Y ciertamente Dios te ama! Esto es tan importante que, si recuerdas la historia de Abraham, Dios lo puso a prueba precisamente en esto, y no en otras cosas como el dinero.
Distingue afecto y amor En todo esto nos encontramos con un problema muy importante, pues hoy en día se confunde el afecto con el amor, y esto es un error grave. El amor humano del que surge el afecto se llama eros* y es un amor que es parte de nuestra naturaleza y un don de Dios que nos ayuda a amar. Pero también es posesivo y pasional, por lo que puede repercutir en un “gusto” a nosotros mismos. Es el amor del mundo. Un amor que por sí solo está vacío y hueco, porque no amas a la otra persona, sino que te amas a ti a través de ella. El amor de Dios es llamado ágape* o caridad, que es un amor altruista, que no busca nada para sí mismo, sino que lo hace todo en función de los demás: ese es el amor de verdad. Para nosotros, las personas, es un error dejar fuera el eros. El amor eros ha de estar siempre guiado por el ágape: por la caridad.
Sin embargo, es la caridad la que no pasa nunca y la que constituye el verdadero amor, pues el amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta (1 Corintios 13, 4-7). Esta caridad es Dios mismo. Por eso necesitamos a Dios para amar. Y por eso, todo pasará menos el amor que conduce a la esperanza y contiene la fe. Por eso, si te has sentido amado por Dios, lo mejor que puedes hacer es amar sin dependencias afectivas: llevando el afecto, el eros y el ágape a su justa medida cada uno. Y sobre todo poniendo a Dios el primero en tu vida, porque lo primero que te dirá Dios es que ames a tu prójimo.
Práctica La dependencia afectiva es algo muy difícil de vencer, hasta el punto de que en ocasiones muy excepcionales requiere de ayuda psicológica. Normalmente no es el caso, y es suficiente con tenerlo siempre presente y padir ayuda a Dios, que todo lo puede. Al igual que hicimos con el dinero vamos a hacer una Lectio Divina de pasajes que nos muestran cómo debemos tratar el afecto de los demás en diferentes situaciones, y en qué se diferencia del amor:
También es una buena idea hacer un signo de desprendimiento, como por ejemplo, vender algún objeto con un significado afectivo y darle el dinero a los pobres, o deshacerse de él si no se puede vender. Emplead el sentido común y, por ejemplo, no os desprendáis de alianzas matrimoniales o cosas similares, que tienen un significado sacramental. El desprendimiento de objetos como fotos, recuerdos, cuadros y este tipo de cosas, ayudarán a romper la dependencia afectiva y serán obras que le dirán a Dios que realmente quieres ser libre para amarlo. Por eso, cada cual, que libremente rece con palabras y obras a Dios para que podamos dejar esta carga, que tanto daño hace a nuestras relaciones.
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