Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando.- Lucas 24, 30
La celebración del Amor La Eucaristía es la celebración y actualización del Amor de Dios, manifestado en plenitud en Cristo Jesús. En la Eucaristía Dios pasa y se hace presente a través de su Palabra y a través del sacrificio de su Cuerpo y su Sangre. Y te entrega todo esto con amor. Su Palabra para guiarte e iluminar tu vida, su sacrificio para el perdón y remisión de tus pecados, y su cuerpo y sangre para tu Salvación eterna, para darte la posibilidad de vivir en su gracia, y para que Él habite en ti. En definitiva, la Eucaristía es fuente y culmen de toda la vida cristiana (Catecismo 1324), y como tal la han llamado de muchas formas a lo largo de los siglos:
Por eso, os invito a que os acerquéis al altar del Señor vestidos con la luz de la pureza, resplandecientes con las limosnas, adornados con las oraciones, vigilias y ayunos, como con valiosas joyas celestiales y espirituales, en paz no sólo con vuestros amigos, sino también con vuestros enemigos, en una palabra, que os lleguéis al altar con la conciencia libre y tranquila, y podáis recibir el cuerpo y la sangre de Cristo, no para vuestro juicio, sino para vuestro remedio (San Ambrosio de Milán)[1]. Así pues, si sabes que estás en pecado mortal, acude primero al Sacramento de la Reconciliación, pues no puedes comulgar del cuerpo de Cristo en pecado mortal, ya que no estás en comunión con Cristo sino con el maligno. ¡Reconcíliate con Él primero!
La Eucaristía En la Eucaristía, Dios te da su Palabra, que es la mejor guía que los católicos podemos tener en la vida. Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo; penetra hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos; juzga los deseos e intenciones del corazón. Nada se le oculta; todo está patente y descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas (Hebreos 4, 12-13). Por eso, la Palabra de Dios habla al corazón y a tu vida, y habla con la verdad: nunca falla. Y por eso, no hay mejor forma de vivir en el camino de la vida que obedecerla.
En la Eucaristía Dios actualiza su Sacrificio en la cruz entregándose de nuevo por ti. ¡Pues te ama! Y actualiza también su Resurrección gloriosa, pues Dios pasa a salvarte y liberarte de la muerte y el pecado. Por eso, en el corazón de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan y el vino que, por las palabras de Cristo y por la invocación del Espíritu Santo, se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Fiel a la orden del Señor, la Iglesia continúa haciendo, en memoria de Él, hasta su retorno glorioso, lo que Él hizo la víspera de su pasión (Catecismo 1333). Pues bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro (1 Corintios 12, 27), ya que habéis comulgado todos del mismo cuerpo y de la misma sangre. Así pues, Dios te eleva a la dignidad de hijo, y te hace miembro de su cuerpo, preparándote para la vida eterna que también te regala. ¡Pues te ama!
Estos dones sólo pueden, en quienes los han disfrutado de verdad, engendrar un agradecimiento y una alabanza muy profundos. Por eso, en la Eucaristía este agradecimiento se expresa litúrgicamente con cantos de bendición a Dios en una fiesta en la que los cristianos vamos de la mejor forma posible, interior y exteriormente. ¡Admirable y magnífico festín que nos trae la salvación y contiene la dulzura en plenitud! ¿Es posible encontrar algo más preciado que esta comida en la que se sirve no carne de terneros ni de machos cabrios, sino a Cristo verdadero Dios? (Santo Tomás de Aquino)[1]. Efectivamente, estás ante la celebración más importante de tu vida cristiana y personal. Por eso... ¡No faltes ni un sólo domingo o fiesta de precepto! ¡Dios te espera para renovar su Amor en ti!
Práctica Muchas veces no apreciamos la Eucaristía, viviéndola como si fuera un teatro del que somos espectadores o haciendo las diferentes partes de forma mecánica mientras nuestra mente está bien lejos pensando en sus cosas. No seamos pues indiferentes los que hemos sido favorecidos con tal amor y tan extraordinario honor ¿No os habéis fijado nunca con que ansias los niños se apoderan del seno de su madre y con qué avidez aplican a él sus labios? Acerquémonos nosotros con el mismo ardor a esta mesa santa (San Juan Crisóstomo)[1]. Así pues, para comprender un poco mejor este tesoro que tenemos entre manos, vamos a ver poco a poco algunas de las cosas que este misterio de Salvación encierra.
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