Damos gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, orando siempre por vosotros.
- Colosenses 1, 3
Guía para grupos En esta sección ofrecemos unas guías para que este curso pueda realizarse en grupos parroquiales. Para ello, en primer lugar conviene formar uno o más grupos de unas 30 personas aproximadamente, para que todos en un mismo grupo puedan llegar a conocerse entre sí. ¡Esto es fundamental para que puedan darse los signos del cristiano! Conviene que estos grupos se reunan una vez a la semana, a mitad de la misma, y si es posible con la presencia del párroco. Es importante que no se hagan los grupos por edades, amistades u otros criterios sectoriales. En cada uno de estos encuentros se hará lo siguiente:
Oración inicial e invocación al Espíritu Santo con el himno Veni Creator Spiritus, que puedes ver al principio del capítulo 1.
A ser posible, un canto católico con guitarras y otros instrumentos, relacionado con el tema que se va a tratar. Conviene que de los cantos e instrumentos que se encarguen los jóvenes, para que sean amenos, pero que canten todos.
El párroco, o en su defecto algún responsable del grupo nombrado por él, lee o explica fielmente y sin “edulcorar” una sección del curso. Si fuera muy breve se pueden leer dos. Conviene que esto se haga de forma expresiva para mantener la atención. En caso de explicar con las propias palabras, no debe durar más de 15 minutos.
A ser posible, otro canto relacionado con el tema que se va a tratar.
Se realiza la parte práctica que pueda hacerse allí mismo, y se invita a realizar el resto por cuenta propia. Sobre esto tener en cuenta:
Las Lectio Divina conviene proclamarlas todas y dejar luego cinco minutos de meditación a la luz de la explicación previa. Para ello que salgan al azar algunas personas que lean correctamente. Después, voluntariamente, quien quiera puede contestar a la pregunta “¿Qué me dice Dios a mi vida concreta con esta Palabra?” Cuando más práctica, concreta y aplicada a nuestra vida sea la respuesta, mejor. Que nadie se extienda más de dos o tres minutos, pues no se trata de hacer una homilía o una explicación teológica, sino de ser prácticos.
Para las reflexiones conviene dejar unos minutos de meditación en oración, tras lo cual quien quiera puede contestar a ellas de forma global. De nuevo, que nadie se alargue más de cinco minutos, y que las respuestas sean vivenciales.
En el caso de que la práctica sean confesiones, hágase una celebración penitencial con confesión individual según lo prescrito. Si alguien desea hacer una confesión general o especialmente larga por algún motivo, quédese el Sacerdote después de la celebración a confesar a dicha persona. Conviene animar la celebración durante las confesiones con cantos penitenciales.
Los libros conviene leerlos cada uno por su cuenta, al igual que el rezo de Laudes y cualquier otra práctica que afecte a la vida diaria de cada uno. Es importante recordar la invitación a la oración.
No se realizará ningún seguimiento de cualquier tema relacionado con el dinero, aunque debe invitarse a todos de forma seria a su desprendimiento.
Para cualquier otra práctica conviene proceder de forma fiel a lo indicado en el curso, sin rebajarla o hacerla más dificultosa.
Finalmente, se realizarán peticiones individuales, el Padre Nuestro, una oración final breve, y un Ave María.
A ser posible, un último canto, esta vez a la Virgen.
Como en todos los grupos, es natural que surjan discusiones. La última palabra la tiene el párroco, que debe mirar siempre por los miembros más débiles en la Fe, no por “los que siempre van” o por su conveniencia. Recordad, no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados (Lucas 6, 37). Por eso, pedid perdón y perdonad si tenéis algo los unos con los otros, no sea que perdáis el Reino por una tontería. Además, no conviene añadir ni quitar nada a este curso, salvo que lo disponga el Obispo sin contradecir la doctrina bimilenaria de la Iglesia Católica. Si el grupo produjera algún gasto muy puntual, conviene pagar pasando una bandeja alta o una bolsa opaca, donde cada uno ponga en la medida de sus posibilidades, sin que sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha (Mateo 6, 3b) y cada uno lo que ha puesto el otro. Finalmente, si alguien ayuda a cualquiera del grupo que pasa por una necesidad, que lo haga de forma anónima y sin pedir nada a cambio, así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará (Mateo 6, 4).