Dios añadió: «Esto dirás a los hijos de Israel: El Señor, Dios de vuestros padres, el Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, me envía a vosotros. Este es mi nombre para siempre: así me llamaréis de generación en generación».- Éxodo 3, 15
Abraham Abraham era un hombre fracasado, pues carecía de las cosas que su corazón anhelaba y que eran importantes en aquellos tiempos: una tierra propia y descendencia. Conviene mencionar que por aquel entonces era a través de la descendencia donde se perpetuaba el nombre de un hombre y era recordado “para siempre”. De esta forma, Abraham, pese a tener muchos bienes carecía de una cosa fundamental: el sentido de su vida. En esta situación de desesperanza es cuando Dios toma la iniciativa y busca a Abraham, haciéndose el encontradizo con él: Luego lo sacó afuera y le dijo: «Mira al cielo, y cuenta las estrellas, si puedes contarlas». Y añadió: «Así será tu descendencia». Abrán creyó al Señor y se le contó como justicia (Génesis 15, 5-6). Y así actúa Dios con nosotros: sale siempre a nuestro encuentro y le da sentido a nuestra vida. Un sentido que nada ni nadie más le ha podido dar hasta el momento.
La promesa hecha por Dios a Abraham es gratuita, unilateral y enfocada a días futuros. Por eso, a continuación viene un tiempo de espera. Un tiempo en el que es fácil dudar, como dudamos nosotros muchas veces del amor de Dios. Abraham, todo lo contrario, ante la promesa divina no cedió a la incredulidad, sino que se fortaleció en la fe, dando gloria a Dios, pues estaba persuadido de que Dios es capaz de hacer lo que promete (Romanos 4, 20-21). Y finalmente, después de mucho tiempo y un largo camino, Dios cumplió su promesa y nació Isaac. Así pues, Dios actuó en la historia concreta de Abraham cumpliendo sus promesas. Y lo mismo hace con nosotros.
Dios es el primero Un buen día Dios se presenta ante Abraham de nuevo y le dice que sacrifique a su hijo: el hijo que Él le había dado y que era lo que Abraham anhelaba. Cualquier persona se habría negado a sacrificarlo, perdiendo no solo un hijo querido, sino también el sentido de su propia existencia. Sin embargo, Abraham se fió de Dios y obedeció sin dudar: puso a Dios el primero e hizo su voluntad, eligiendo así el camino de la Vida. Abraham había visto como Dios le había dado un hijo, algo imposible para él, y esta experiencia de vida fortaleció su Fe eliminando toda duda. Abraham sabía que Dios había sido y seguía siendo bueno con él, y que era muy poderoso pues había hecho lo imposible para él. Esta es la importancia de tener en nuestra propia vida una experiencia de Dios: hace a la Fe adulta.
Así pues, cuando Abraham va a sacrificar a Isaac, un Ángel detiene su brazo, porque Dios no quiere el mal de nadie. Se trata simplemente de una prueba de libertad como la que tuvieron Adán y Eva. Una prueba que presuponía la libertad en Abraham de elegir o no a Dios. Una prueba de amor. Por eso, hecha la elección, el ángel le ordenó: «No alargues la mano contra el muchacho ni le hagas nada. Ahora he comprobado que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, a tu único hijo» (Génesis 22, 12). Abraham es el padre de la Fe porque se fió hasta el extremo y, por supuesto, Dios no lo abandonó. De esta forma se convirtió en una figura importantísima para todos nosotros. Una figura que nos invita a poner nuestra confianza en Dios.
Isaac Isaac es figura de Jesucristo, pues ambos son hijos de una promesa. Isaac cargó con la leña con la que Abraham iba a sacrificarlo, Jesús cargó con la cruz donde iba a redimirnos; y ninguno de los dos se opuso a la voluntad de su Padre. Pero finalmente, en lugar de Isaac murió un carnero, mientras que Jesús sí acabó muriendo para nuestra Salvación. Dios hizo con su propio hijo por amor a nosotros lo que por amor a Abraham no le permitió hacer a él. Isaac era figura de Jesucristo, el verdadero hijo de la promesa y la verdadera descendencia de Abraham. Y la historia de salvación continuó en Isaac, que tuvo dos hijos: Esaú, y Jacob.
Jacob Esaú era el hijo preferido de Isaac pero Dios escogió a Jacob, el menor, pues Dios se complace en los últimos. Pero Dios es justo y no le quita la elección a Esaú, sino que un día que venía hambriento de trabajar Esaú vende a Jacob su primogenitura por un plato de lentejas calientes. Esaú decide escoger un placer temporal en ese momento antes que una herencia futura maravillosa, depositaria de las promesas de Dios. Este pasaje es una llamada a valorar el tesoro de conocer a Dios y no dejarse llevar por pequeños placeres puntuales, porque finalmente fue Jacob y no Esaú quien heredó las promesas de Dios. Dios respetó la decisión de Esaú: sabéis que más tarde quiso heredar la bendición, pero fue excluido, pues no obtuvo la retractación, por más que la pidió hasta con lágrimas (Hebreos 12, 17). De igual modo nosotros podemos perder la vida eterna si negamos pertinazmente a Dios aferrándonos a los huecos placeres de la vida. Y esa decisión también puede ser irrevocable.
Pero la historia de Jacob tampoco fue fácil: se fue de su casa, se casó, engendró hijos con dificultad y tuvo que huir de la casa de su suegro. Después decidió volver a la casa de su padre y reconciliarse con su hermano. Sin embargo, y pese a las dificultades, Dios lo había bendecido y tenía muchos bienes, pues Dios realmente provee*. Al igual que pese a las dificultades de nuestra vida Dios nos provee y cuida siempre de nosotros. Así pues, para reconciliarse con su hermano, Jacob envía todos sus bienes y a su familia por delante con la intención de ofrecer regalos a Esaú para calmarlo y reponer parte de lo que en principio iba a ser para él.
La lucha contra Dios Y Jacob se queda solo. Y estando solo lucha contra Dios toda la noche, como tú y yo luchamos muchas veces contra Él y nos rebelamos contra su voluntad. Pero Dios le venció. Entonces Jacob, reconociendo que efectivamente Dios es más fuerte que él, le pide su bendición. Jacob se decide por Dios, y Dios le bendice y le da un nombre nuevo: Israel. Este nombre nuevo es imagen del hombre nuevo* que Dios quiere obrar en cada hombre, venciendo al hombre viejo* del pecado. Como dicen las Escrituras: Renovaos en la mente y en el espíritu y revestíos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas (Efesios 4, 23-24). Este hombre nuevo está hecho a imagen de Jesucristo. Y al igual que Dios lo hizo con Israel, hará de ti un hombre nuevo si dejas de luchar contra Él y aceptas su voluntad en tu vida, que es sin duda la mejor.
Práctica Dios pidió a Abraham renunciar a su “único” porque nada debe usurpar el lugar de Dios en el corazón del hombre. Y esto es muy importante porque nada ni nadie puede “darte la vida”, sino únicamente Dios. Por eso, es importante renunciar al engaño que el maligno hace sobre ese único: que lo necesitamos para ser felices. Pero no es verdad, sólo Dios basta (Santa Teresa de Jesús)[6] y sólo Dios puede darte la Vida. Por supuesto, todos tenemos muchas veces un único: algo o alguien que nos importa y que queremos más que nada más, incluído Dios. ¿Cuál es nuestro único? Hagamos la Lectio Divina de varios pasajes bíblicos y reflexionemos sobre nuestro único a la luz de las Escrituras:
Además, existen pasajes muy representativos sobre los que también conviene reflexionar, haciendo la Lectio Divina. Posibles preguntas que pueden ayudarnos en la reflexión son: ¿Cómo se cumple esta Palabra en mí? ¿Me identifico con alguno de las personas de la lectura? ¿Descubro algo sobre la forma de actuar de Dios? ¿Qué dice Dios a mi vida con esta Palabra?
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