Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día sexto.- Génesis 1, 31
La Creación El relato inicial del Génesis nos narra la creación del mundo de forma simbólica y es fruto de la Fe madura del pueblo de Israel, que lo escribió cuando ya había conocido a Dios. Israel sabía que el mundo no había sido fruto de la casualidad sino de la voluntad de Dios: un Dios que habían visto poderoso y que había actuado en su favor. Lo mismo ocurre con la acción de Dios en tu vida: nada ocurre por casualidad, pues en todo se puede ver el designio del amor de Dios, que quiere encontrarse contigo para que tú puedas tener la vida eterna y ser feliz.
En la creación hubo un orden: primero la luz, después el firmamento, los mares, la tierra, la vida, peces y aves, animales terrestres y finalmente el hombre. Y cada vez que Dios finaliza una de esas creaciones se dice: Y vio Dios que era bueno (Génesis 1, 18b), porque Dios lo ha hecho todo bueno, incluido el hombre. Al hombre, además, Dios lo creó a su imagen y semejanza, y entabló una relación personal con él desde el principio. Esta belleza de la creación y del corazón del hombre puede verse en muchos lugares y en muchas personas, pese a la maldad y el daño que ha generado el pecado. ¡También está en ti, que eres bellísimo a los ojos de Dios!
Descanso El séptimo día Dios descansó, que no es lo mismo que “se desentendió”, invitándonos a nosotros también a descansar. Pero no un descanso de “desconectar del trabajo”, de reunir energía para el lunes, de juerga o de tirarse en el sofá; sino un descanso de bendición. Un descanso que se vive contemplando la obra que Dios ha hecho y hace en nuestra vida, y alabándolo y bendiciéndolo por ello, como nos muestran las Escrituras: Si detienes tus pasos el sábado, para no hacer negocios en mi día santo, y llamas al sábado «mi delicia» y lo consagras a la gloria del Señor; si lo honras, evitando viajes, dejando de hacer tus negocios y de discutir tus asuntos, entonces encontrarás tu delicia en el Señor. Te conduciré sobre las alturas del país y gozarás del patrimonio de Jacob, tu padre. Ha hablado la boca del Señor (Isaías 58, 13-14). Para los cristianos, el día de descanso es el domingo, plenitud del sábado, por ser el día en que Cristo resucitó. La celebración del domingo cumple la prescripción moral, inscrita en el corazón del hombre, de “dar a Dios un culto exterior, visible, público y regular bajo el signo de su bondad universal hacia los hombres” (Catecismo 2176). Por eso, es importante recuperar el domingo como día de descanso, de bendición, y de alabanza a Dios.
Dios nos da Libertad Dios creó al hombre y a la mujer como una unidad y los puso en el paraíso entablando una relación de amor entre los tres. Y Dios regaló al hombre la libertad de elegir a través de un precepto: puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y el mal no comerás, porque el día en que comas de él, tendrás que morir (Génesis 2, 16b-17). A partir de este momento el hombre es libre, y puede decidir si quiere hacer la voluntad de Dios o si quiere desobedecerlo. Por supuesto, Dios indica claramente cuál es la elección buena, porque te ama y sabe lo que no te conviene hacer por ser perjudicial para ti. Pero precisamente porque te ama te da la libertad de elegir, al igual que se la dio a Adán y Eva. No quitó el árbol de ahí y lo puso en un lugar que no pudieran alcanzar, sino que les dio libertad de elegir. Por supuesto a ti también te da esa elección, y te dice... ¿Qué camino quieres escoger, el de la Vida o el de la muerte?
Tentación y Caída Entonces llega el maligno y miente astutamente preguntándoles por qué Dios les había prohibido comer de todos los árboles. Eva le responde que eso no es así, pero con esta mentira el maligno ya le ha insinuado que Dios quiere su mal, que les está prohibiendo y reprimiendo, y que Dios es su rival. Después, el maligno continúa diciendo que si les ha prohibido comer de ese árbol es porque Dios sabe que si comen serán como Él: dioses. Esta es la realidad de todos los pecados de la humanidad, incluidos los tuyos y los míos: Dios no me ama, lo hace mal conmigo, luego voy a ocupar yo su lugar, voy a hacerlo yo mejor, yo se cómo se hace esto bien, y voy a hacer mi voluntad pues yo soy mi dios. Y... ¿Quién es Dios para decirme nada a mí? Además, el fruto era atrayente a los ojos y deseable (Génesis 3, 6b), como lo es muchas veces el pecado. Por ejemplo: ¿Por qué no me acuesto con mi novia? Nos queremos, y es apetecible. ¿Quién me lo va a prohibir? ¿Y por qué no? ¡Si no pasa nada! ¡Disfrutemos!
Pero el fruto del pecado es la muerte, como Dios les había avisado, por lo que a continuación se esconden de Dios. En el fondo saben que han obrado mal: que han pecado. Y cuando Dios le pregunta al hombre por qué le ha desobedecido Adán respondió: «La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí» (Génesis 3, 12). Y ahí ya se vislumbra el fruto del pecado: Adán ha roto la unidad con Eva, que ya no es su compañera, es la mujer que tú me diste por compañera. Esta afirmación acusa a Eva directamente y lleva implícita una acusación a Dios. De repente todo ha empezado a ir mal, y el hombre echa la culpa fuera de sí mismo acusando a otros de causar su sufrimiento y causando, a su vez, más sufrimiento. Esto es lo que hacemos tú y yo, y lo que hace toda la humanidad. Esta es la gravedad del pecado original* y de nuestro pecado: la muerte ontológica y la completa descomunión.
Redención La obra de Dios es buena, pero nosotros la hemos viciado con el pecado, y la seguimos viciando todos los días. Sin embargo, la naturaleza buena del hombre aún permanece en él, aunque seriamente dañada, y nuestra conciencia es la prueba de ello. Hay algo en nuestro interior que nos mueve a buscar el bien, aunque muchas veces no sepamos muy bien dónde encontrarlo: En efecto, según el hombre interior, me complazco en la ley de Dios; pero percibo en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi razón, y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mis miembros (Romanos 7, 22-23). Así pues, es en este mismo momento de la caída donde Dios decide darnos otra oportunidad, pues nos ama con locura, y decide revelarse a si mismo y mostrarnos su amor hacia nosotros. Y de esta forma, Dios pone en marcha su historia de Salvación con toda la humanidad: contigo y conmigo.
Práctica Todos hemos pecado... ¡Hasta los Santos! Por ejemplo, Santa Teresa de Calcuta se definía como la más indigna y pecadora, tan llena de debilidad, de miseria y de pecado (Santa Teresa de Calcuta)[96]. Conviene pues reflexionar sobre nuestros pecados y sobre el daño que están generando sobre nosotros mismos y sobre los demás. A esto se le llama Examen de Conciencia, y se suele hacer profundamente antes de una confesión y brevemente antes de ir a dormir. Por eso, primero vamos a hacer una Lectio Divina sobre Adán y Eva; y a continuación vamos a contestar sinceramente a las siguientes preguntas, a modo de Examen de Conciencia.
Si te ves abrumado por los pecados y el daño que has hecho... ¡Paz! Hay una buena noticia que debes recordar: ¡Dios ha decidido darte otra oportunidad! Acude a la confesión, pues aunque vuestros pecados sean como escarlata, quedarán blancos como nieve; aunque sean rojos como la púrpura, quedarán como lana (Isaías 1, 18b). Porque Dios te ama y quiere que vivas, por eso te dice: ¿Acaso quiero yo la muerte del malvado -oráculo del Señor Dios-, y no que se convierta de su conducta y viva? (Ezequiel 18, 23). No lo dudes... ¡Escoge el camino de la vida!
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