Yo, a cuantos amo, reprendo y corrijo; ten, pues, celo y conviértete.- Apocalipsis 3, 19
El Hoy Tu propia vida también es historia de Salvación, un lugar de encuentro con Dios que se hace presente en ella, como lo ha hecho a través de la historia del pueblo de Israel y de la Iglesia. Y no es otra la Palabra de Dios para ti que su Hijo Jesucristo. No hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos (Hechos 4, 12). Dios se encuentra personalmente con cada hombre en su día a día y le muestra su amor infinito, hecho carne en Jesucristo, pues ciertamente, apenas habrá quien muera por un justo; por una persona buena tal vez se atrevería alguien a morir; pues bien: Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros (Romanos 5, 7-8). Las enseñanzas de Cristo, iluminadas por la Iglesia, te enseñan personalmente a recorrer el camino de la Vida. El cuerpo de Cristo, en el Sacramento de la Eucaristía, se te da concretamente a ti. Y su Espíritu Santo te da a ti fuerzas y dones para poder vivir la gracia que supone ser cristiano.
La historia de Salvación universal es también la tuya propia: los pecados del pueblo de Israel son los tuyos y los míos, y la corrección y misericordia que les muestra Dios es la misma que nos muestra a nosotros. Por eso dice el Espíritu Santo: Si escucháis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones como cuando la rebelión, en el día de la prueba en el desierto, cuando me pusieron a prueba vuestros padres, y me provocaron, a pesar de haber visto mis obras (Hebreos 3, 7-9). ¿Tu vida está en un desierto? ¿Vives esclavo en Egipto? ¿Te has apartado de Dios y de su amor? ¿O ni siquiera sabes lo que quieres? Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Porque dices: «Yo soy rico, me he enriquecido, y no tengo necesidad de nada»; y no sabes que tú eres desgraciado, digno de lástima, pobre, ciego y desnudo. Yo, a cuantos amo, reprendo y corrijo; ten, pues, celo y conviértete. (Apocalipsis 3, 15.17.19). Por eso, ahora es el momento propicio para decidirte por Dios.
Verdaderamente Dios te ama y desea que participes de su vida. Él no te abandona en este mundo: ha dejado a nuestra madre la Santa Iglesia Católica que nos guía, instruye y acompaña en cada paso del camino; y pone a nuestra disposición los Sacramentos* y todos los medios de Santificación. Además, tienes también a tu disposición las armas de la luz* para combatir contra los engaños del maligno cada día: oración, ayuno, limosna, palabra de Dios, verdad, justicia, celo por el Evangelio, etc. Tienes también a miles de personas que dedican todo su tiempo a rezar por la humanidad: por ti concretamente. A miles que dan su vida y tiempo para que a ti te pueda llegar esta palabra: sacerdotes, catequistas, obispos, misioneros o simples laicos. Y a miles que se dedican a ayudar a los demás en sus necesidades materiales: voluntarios, laicos en Cáritas parroquiales, misioneros, etc. ¡No estás solo! Dios intercede ante el Padre por ti y trata siempre de encontrarse contigo en tu vida y mostrarte su amor.
Parusía Cuando Jesús ascendió les fue anunciada a los apóstoles la segunda venida de Cristo en poder por medio de unos ángeles que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo» (Hechos 1, 11). Efectivamente, el fin de este mundo está decretado ya, como dirá San Pedro: Puesto que todas estas cosas van a disolverse de este modo, ¡qué santa y piadosa debe ser vuestra conducta, mientras esperáis y apresuráis la llegada del Día de Dios! Ese día los cielos se disolverán incendiados y los elementos se derretirán abrasados. Pero nosotros, según su promesa, esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia (2 Pedro 3, 11-13). Por eso se nos invita a vivir plenamente, sin perder ocasión alguna de hacer el bien y con nuestra esperanza puesta en el cielo. Se nos invita a vivir en el camino de la Vida.
¿Cuándo sucederá esto? En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles de los cielos ni el Hijo, sino solo el Padre (Mateo 24, 36). Y nos invitará a velar, a estar atentos, a no acomodarnos para que no nos pille desprevenidos: Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor (Mateo 24, 42). Porque independientemente de que vivas o no la Parusía, puedes morir en cualquier momento: en unos segundos de un ataque al corazón, atropellado mañana por un coche, o de anciano por muerte natural. No lo sabes. Por eso es importante estar en vela y preparado: no pospongas para mañana el amor que puedes regalar hoy. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre (Mateo 24, 43-44).
¿Y cómo se prepara uno? Dirá San Pablo: Por tanto, si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él (Colosenses 3, 1-4). Así pues, no olvides que la Santa Iglesia dispone de los medios y la guía que todo cristiano necesita para “buscar las cosas de arriba”. Y el Juicio de Dios revelará hasta sus últimas consecuencias lo que cada uno haya hecho o dejado de hacer de bien durante su vida terrena, y juzgará rectamente todas las intenciones de los hombres, porque nada se le oculta a Dios. Y a los que han elegido a Dios recorriendo el camino de la vida, Él les regalará la vida eterna y enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor, porque lo primero ha desaparecido (Apocalipsis 21, 4). ¡Pues Dios te ama y si lo eliges a Él te bendecirá sobremanera!
Práctica Hemos visto la historia de Salvación de Dios con el hombre, y hemos visto que Dios actúa como un Padre amoroso. Conocer esto es la clave para poder verlo en nuestra propia historia y poder gustar así del amor de Dios. Pero nosotros somos libres y podemos decidir responder a este amor o bien con indiferencia o bien con el mismo amor que se nos ha dado. Podemos elegir qué camino queremos seguir en nuestra vida: el camino de la muerte o el camino de la Vida. De ahí la vital importancia del “hoy” para nosotros, pues no hay otro momento fuera del “hoy” en el que debamos convertirnos a Dios. ¿Y qué debemos hacer? Lo iremos desgranando poco a poco pero, para empezar, escuchemos cuáles eran los principales errores de los primeros cristianos y cuál es la promesa hecha a los que viven según Dios, haciendo la Lectio Divina de las siguientes lecturas del Apocalipsis:
Y si aún no has conocido el amor de Dios... ¡Pídeselo! No te preocupes, si se lo permites Él te va a seducir de una forma maravillosa: poco a poco, a su tiempo, con pequeños detalles y con grandes obras, tal como un esposo seduce a su amada.
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