Porque esto dice el Señor: Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por la flor de los pueblos; proclamad, alabad y decid: ¡El Señor ha salvado a su pueblo, ha salvado al resto de Israel!- Jeremías 31, 7
José Israel tuvo doce hijos y varias hijas, pero de entre todos ellos José era el preferido de su padre. Esto causó la envidia de sus hermanos, que lo tiraron a un pozo y lo abandonaron. Sin embargo, gracias a la providencia divina, acabó como siervo en Egipto. Allí, Dios, que colma de bienes a sus hijos, lo bendice y le va bien como siervo; hasta que la mujer de su señor lo acusa falsamente de forzarla, por lo que termina en la cárcel. José, a lo largo de su vida, recibe varias injusticias sin culpa alguna. Sin embargo, lejos de maldecir a Dios, lo bendice, y Él le hace prosperar desde la prisión hasta convertirse en la mano derecha del faraón*. Todo un ejemplo de confianza en Dios, que ya tenía en marcha su plan de Salvación con él. José es un ejemplo que conviene recordar cuando sufrimos injusticias o no le vemos sentido a nuestra vida, porque la mirada y los planes de Dios abarcan mucho más que los nuestros.
Además, por diferentes motivos llega el hambre a los países vecinos a Egipto y toda la gente se ve forzada a emigrar a él, incluidos el padre de José y todos sus hermanos. Y cuando José los ve llegar, en lugar de recriminarles... ¡Los perdona y los acoge! Pero José les respondió: No temáis, ¿soy yo acaso Dios? Vosotros intentasteis hacerme mal, pero Dios intentaba hacer bien, para dar vida a un pueblo numeroso, como hoy somos (Génesis 50, 19-20). José ve a Dios en su historia, y ve que todo lo que ha sucedido en ella tenía un sentido y ha sido para bien, aunque al principio no lo pareciera así. José sabe que sólo Dios es Juez, y lejos de suplantarle, perdona y acoge, pues eso es lo que Dios ha hecho con él. Y esta es la experiencia de todos los que han conocido a Dios.
Servidumbre en Egipto Una vez en Egipto y tras varias generaciones, el pueblo de la descendencia de Israel se hizo muy numeroso, y el faraón, con el objetivo de evitar una posible revuelta, los redujo a servidumbre imponiéndoles duros trabajos. El faraón para los cristianos es símbolo de todo aquello que es más fuerte que nosotros y nos esclaviza: la dependencia afectiva hacia una persona, una adicción, el dinero, etc. Es decir, es símbolo de los ídolos*. Pero el faraón no se limita a esclavizar, también engendra la muerte y el sufrimiento en el pueblo de Israel, como dicen las Escrituras: Entonces el faraón ordenó a todo su pueblo: «Cuando nazca un niño, echadlo al Nilo; si es niña, dejadla con vida» (Éxodo 1, 22). Sin embargo, hubo un niño al que Dios salvó, aunque Dios respetó la libertad del faraón, como respeta siempre la libertad de todos los hombres. Y ese niño fue Moisés.
Moisés creció en la corte del faraón, hasta que un día, cuando era ya mayor, fue a visitar a sus hermanos y comprobó su terrible situación. Entonces, tratando de ayudarlos, mató a un egipcio y tuvo que huir al desierto, donde vivió mucho tiempo como pastor. Y un día, pastoreando el rebaño, llegó a un monte y vio una zarza ardiendo, y Dios le habló desde ella. El Señor le dijo: He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas contra los opresores; conozco sus sufrimientos (Éxodo 3, 7). Efectivamente: Dios conoce los sufrimientos de su pueblo, atiende a su oración, y actúa en favor de ellos. Y lo mismo hace con nosotros en nuestra vida personal. Y Dios manda a Moisés como su mensajero para liberar al pueblo de la esclavitud que los dominaba. Y le revela su Nombre: Yo Soy. Yahvé. Porque Él es el único que realmente es, mientras que los demás dioses, los ídolos, simplemente no son.
Dios salva a Israel Así pues, el pueblo de Israel ve la mano poderosa de Dios que vence al faraón, que era más fuerte que ellos y los mantenía oprimidos. Y en la noche de la liberación Dios hace Pascua* con su pueblo: Dios pasa con portentosos prodigios y los libera. Y esta fiesta se convierte para ellos en memorial* de la acción salvadora de Dios: antes conocían a Dios de oídas, ahora lo han visto con sus propios ojos. Esta es la experiencia que tiene el pueblo de Israel de Dios y que transmitirá de generación en generación. Y es la experiencia de los cristianos, que por medio de Jesucristo, nuestra Pascua, hemos sido liberados de la muerte. Y no solo de la muerte física, que también, sino de la muerte ontológica: del sufrimiento sin esperanza, del sinsentido de la vida y de la oscuridad de nuestros pecados. Y lo hace pasando por nuestra historia concreta, como hizo con Israel.
Pero en seguida llega la primera prueba: el faraón los persigue y los alcanza en el mar Rojo. Están entre la espada y el mar: sin salida. Y dudan de Dios, como dudaría cualquiera, como dudamos tú y yo en la dificultad. ¿No te lo decíamos en Egipto: Déjanos en paz y serviremos a los egipcios, pues más nos vale servir a los egipcios que morir en el desierto? (Éxodo 14, 12). Pero Dios actúa de nuevo, aunque el pueblo haya dudado de Él: actúa y lo salva. Dios abre el mar por la mitad y les hace cruzar, y los egipcios que les perseguían se ahogan cuando el mar vuelve a su curso normal. Dios vence completamente a un enemigo que era imposible de vencer para Israel. Y la respuesta de Israel es la bendición y la alabanza. Pero lo más importante es que la historia de Israel es, en el fondo, la de todos los cristianos. Por eso, cuando estés esclavo, en dificultades o con problemas; cuando ya no parece haber salida... ¡Clama fuerte a Dios! ¡Él libera y salva!
Práctica La existencia del faraón en nuestra vida es un hecho fácilmente reconocible mientras Dios no sea el primero en nuestro corazón, nuestros pensamientos y nuestras acciones. Pero Dios es más poderoso que el faraón y puede librarnos de él, como lo hizo con el pueblo de Israel, para que vivamos libres. Recordemos que todo esto les sucedía alegóricamente y fue escrito para escarmiento nuestro, a quienes nos ha tocado vivir en la última de las edades (1 Corintios 10, 11), por lo que debemos aprender de su historia, que es la nuestra. Así pues, hagamos la Lectio Divina de los momentos clave de la liberación de Israel por Dios, para comprender mejor el amor que Dios nos tiene. ¡No olvidéis invocar al Espíritu Santo para que os ayude!
Una vez hecha la Lectio Divina de estas lecturas conviene preguntarse. ¿Cuál es mi faraón? ¿Quiero que Dios me rescate de él? ¿Realmente deseo ser libre y así poder poner a Dios el primero en mi vida? Si así lo queremos, pidámoslo a Dios, porque Él realmente puede hacerlo. Para ello, recemos por las mañanas la oración “Shemá Israel”, con la que haremos memorial de este deseo de libertad del que quiere poder amar a Dios sobre todo, y al prójimo como a nosotros mismos. Pues este es el camino de la Vida. El Shemá dice así:
Por último... ¿Sabéis cómo dio gracias el pueblo de Israel a Dios por haberlos liberado de Egipto? ¡Alabándolo! Porque cuando estás alegre, cantas y exultas de gozo. Por eso en Pascua se nos invita a nosotros también a ser agradecidos y alabar a Dios por todo lo que Él nos regala.
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