Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.- Mateo 16, 18
La Iglesia Católica El propio Jesucristo fue el que fundó la Iglesia, dándole una misión: Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado (Mateo 28, 19-20a). La Iglesia es Santa porque es de Dios, aunque esté formada por hombres pecadores. Además, la Iglesia es Santa porque posee los medios de santificación y salvación para los hombres. La Iglesia es Católica, es decir, universal en el espacio y el tiempo, porque Dios está en ella, y porque universal es su misión. La Iglesia es Apostólica porque fue fundada por Cristo sobre los apóstoles y guarda sus enseñanzas. Y finalmente, la Iglesia es una, ya que uno es Dios, y Él nos llama a todos a la unidad en el amor y a la comunión. Además, la Iglesia es parte de la historia de Salvación de Dios con los hombres, y lo será hasta el final de los tiempos.
El núcleo inicial de la Iglesia son los discípulos que han vivido con Cristo, lo han visto morir y lo han contemplado resucitado. En Pentecostés, y gracias a la predicación de Pedro, se les empiezan a unir miles de personas. Es la obra del Espíritu Santo que acompaña a la Iglesia en toda su historia. El anuncio se hace primero al pueblo de Israel, depositario original de las promesas de Dios, y más tarde se extiende también a los forasteros y paganos. Los cristianos vivían perseguidos en pequeñas comunidades cristianas bajo la dirección de los apóstoles hasta que, en el año 70, desaparece Israel como país, dispersándose a lo largo y ancho de todo el imperio Romano. Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. Con perseverancia acudían a diario al templo con un mismo espíritu, partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón (Hechos 2, 44-46). La jerarquía de la Iglesia apareció en esta primera época, al organizar los apóstoles a las diferentes Iglesias y los carismas que iban surgiendo en ellas.
Persecuciones Cuando Israel se dispersa en el imperio Romano también lo hace la Iglesia con él. Así pues, la Iglesia se expande poco a poco por todo el imperio romano donde son cruentamente perseguidos. Declararse públicamente cristiano equivalía a la muerte en muchos lugares. Sin embargo, el amor que mostraban, tomando ejemplo de Jesús y con la fuerza del Espíritu Santo, era un signo potentísimo que daba credibilidad a la predicación por la que se convertían muchas personas. Fue también la época de los primeros concilios*, que reafirmaban los principios básicos de la Fe condenando las desviaciones producidas por el contacto con los diferentes pueblos y culturas. Esta situación se prolongó hasta el siglo IV-V cuando el propio emperador romano cesó la persecución. Además, tras la caída del Imperio Romano, los dirigentes germánicos invasores se convertían uno tras otro. Esto provocó muchas conversiones en masa y la imposibilidad de obispos y sacerdotes de formar adecuadamente en la Fe a todos los nuevos cristianos. De esta forma, por regla general, el nivel de Santidad de la vida cristiana descendió, y aparecieron los primeros cristianos que solo lo eran de nombre. Fue en ese momento cuando cobró importancia la vida monástica, ya que muchos cristianos necesitaban vivir con una mayor intensidad y radicalidad la Fe, tal y como se hacía al principio.
La Edad Media En la Edad Media (s.X-XIV), la civilización europea se construye sobre los pilares del cristianismo: es la época de las catedrales, las cruzadas, y las luchas contra el Islam. En esta época la Iglesia gana sistemáticamente un mayor poder y, como nos pasa a nosotros muchas veces, se inclina a lo mundano: luchas de poder en el clero, cismas*, guerras, etc. Sin embargo, Dios suscita en todo momento servidores suyos dentro de la misma Iglesia, que llevan en sus cuerpos el mensaje de Jesús, como había hecho anteriormente con el pueblo de Israel. Las ordenes mendicantes, los monasterios, diversos Papas (como Gregorio VII, el primero en denominarse Siervo de los siervos de Dios), los diferentes concilios ecuménicos, verdaderos Santos (San Benito, San Francisco de Asís, etc) que dieron su vida por los pobres y por el Evangelio, y muchos otros dones fueron los que Dios regaló a su Iglesia y a todos sus miembros para Santificarla.
Apostasía Posteriormente, una nueva forma de entender la vida se fue haciendo eco en parte de la sociedad, que empezó a poner a la razón sobre todo lo demás, Fe inclusive. Primero, en el Renacimiento se dio paso al subjetivismo ideológico que culminó en la reforma protestante. Y aunque es cierto que la Iglesia necesitaba de una renovación debido a algunas desviaciones, heredadas de la Edad Media, que se daban en ella, la reforma fue mucho más lejos, fruto de intentar hacer una Iglesia a la medida de algunos, es decir, subjetiva, y negó dogmas ciertos que habían sido creídos durante mil años. Después llegó la Ilustración y con ella la secularización: Si algo no se puede demostrar con la razón no existe. Esto es un error, como ilustra el experimento mental “El cuarto de Mary la super-científica”*. Estas son la raíces del ateísmo moderno y del pensamiento de mucha gente que conoces: sólo lo que dice la ciencia es verdad. Tentación que podemos tener nosotros y que es un verdadero engaño del maligno: Fe y ciencia son compatibles y se complementan mutuamente, y únicamente Jesucristo es la Verdad plena que debe ser anunciada a todos los hombres. Por último, en la actualidad vivimos la era de la posmodernidad, donde ya no hay criterio de verdad, todo es discutible, cada uno que piense lo que quiera, todo vale y todo es respetable. Todo, menos la Iglesia, claro, ya que detrás de estos movimientos filosóficos esta el maligno, pues se llenó de ira el dragón contra la mujer, y se fue a hacer la guerra al resto de su descendencia, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús (Apocalipsis 12, 17b).
Sin embargo, el Espíritu no deja de actuar en favor del hombre abriendo dentro de su Iglesia nuevos caminos y haciendo presente en ella el amor de Dios. Uno de los dones más grandes que ha recibido la Iglesia ha sido el concilio Vaticano II, en el que la Iglesia se presenta con un rostro renovado, pero fiel a su tradición y Fe. En este concilio se presenta a la Iglesia apoyada en cuatro constituciones: La revelación, la liturgia, la vida de la Iglesia, y el hombre actual. En el Catecismo de la Iglesia podemos conocer un compendio de la Fe que, a la luz de este concilio, da respuesta a las necesidades del hombre actual. El tiempo presente es también el tiempo de los movimientos cristianos* formados por laicos que buscan vivir la Fe diariamente con una mayor intensidad, dentro del seno de la Iglesia. Aunque también es el tiempo de los cristianos tibios, del relativismo moral, y de la ambigüedad por parte de las autoridades eclesiales; cosas que debemos evitar y ayudar a solucionar. En cualquier caso, en muchos lugares de la Iglesia se continúa haciendo, más de dos mil años después, lo mismo que hacían los primeros cristianos: Y perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones (Hechos 2, 42). Y todo gracias al amor y la fidelidad de Dios.
Práctica La historia de la Iglesia es una historia compleja y llena de errores, de los cuales ella misma ha aprendido muchísimo. Es también una historia de Santos, bendiciones, grandes regalos del Espíritu, y mártires testigos del Evangelio. Destacar que uno de los momentos con más mártires de la Iglesia fue el de sus inicios, donde miles de cristianos dieron un testimonio ejemplar de su Fe, que los llevó hasta entregar voluntariamente su vida por Cristo. Las actas de los mártires, como la de Perpetua y Felicidad, nos enseñan cómo vivían su Fe con radicalidad los primeros cristianos. Por ello recomendamos comprar y leer el acta de martirio de Perpetua y Felicidad. Puedes conseguirla en tu librería católica más cercana o, en España, a través del enlace que te proporcionamos a continuación.
Por otro lado, podemos encontrar también la vida de los primeros cristianos en muchas de las cartas de las Escrituras, de las que vamos a realizar la Lectio Divina para ver cómo vivían los primeros seguidores de Jesucristo, y como debemos vivir nosotros también. Os recomendamos que intercaléis la lectura de las actas de Perpetua y Felicidad con las Lectio Divina que os proponemos a continuación, para que se os haga más ameno y para que descubráis cómo están íntimamente relacionados.
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