¿Qué más podía hacer yo por mi viña que no hubiera hecho? ¿Por qué, cuando yo esperaba que diera uvas, dio agrazones?- Isaías 5, 4
Salomón Cuando muere el rey David su hijo Salomón le sucede en el trono. De Salomón se dice que fue el más sabio de todos los reyes. El construyó el Templo de Jerusalén*, lugar donde el pueblo de Israel daría culto a Dios durante siglos. Sin embargo, Salomón en su vejez se da a la lujuria y al lujo, perdiendo la sabiduría que Dios le había regalado y apartándose de Dios. Salomón nos muestra lo que la idolatría al dinero, al afecto y a la sexualidad provoca en nosotros: perder la gracia de Dios, ir por caminos que nos hacen daño, y crear divisiones. Y nos muestra también que todo eso ocurre, en ocasiones, muy poco a poco a lo largo de muchos años, donde el maligno ha ido conquistando nuestro corazón gracias a que nuestra tibieza con Dios y nuestra soberbia le han abierto el camino.
Pese a todo, Dios permanece fiel a su promesa con David y lo mantiene en el trono. Sin embargo, los descendientes de Salomón van cada vez a peor, hasta el punto que Israel se divide en dos reinos: Israel al norte y Judá al sur. Fruto del contínuo pecado de Israel se produce la descomunión y la división, algo que hoy en día ocurre en todas partes. Sin embargo, pese a la infidelidad del pueblo, Dios es fiel y manda a sus profetas* a denunciar el pecado de Israel para que lo abandonen y vuelvan a Él.
Profetas en Israel El profeta Elías es enviado al rey de Israel de parte de Dios: Elías, el tesbita, de Tisbé de Galaad, dijo a Ajab: «Vive el Señor, Dios de Israel, ante quien sirvo, que no habrá en estos años rocío ni lluvia si no es por la palabra de mi boca» (1 Reyes 17, 1). Tres años y seis meses duró la sequía que sirvió de advertencia al pueblo de Israel. Durante la sequía Dios manda a Elías a vivir con una viuda extranjera, y Dios provee a la viuda todo sustento necesario para vivir pese a la terrible sequía. Porque así dice el Señor, Dios de Israel: «La orza de harina no se vaciará la alcuza de aceite no se agotará hasta el día en que el Señor conceda lluvias sobre la tierra» (1 Reyes 17, 14). Pues acogiendo al profeta Elías, la viuda había acogido a Dios mismo.
Pasada la sequía, Elías se presenta de nuevo ante el rey. Sin embargo el rey, lejos de convertirse, lo pone a prueba frente a los profetas paganos en un monte, donde deben hacer un sacrificio a los diferentes dioses y esperar a que uno de ellos -sin intervención humana- lo consuma, revelando así al verdadero Dios. Por supuesto Elías sale vencedor, pues sólo Dios responde al hombre: los ídolos son vanidad y no pueden hacer nada. Sin embargo la mujer del rey, encolerizada, persigue a Elías, que se ve forzado a huir al desierto, donde desespera y desea la muerte. Esto nos pasa muchas veces a nosotros, que viendo el ambiente ateo y hostil en el que vivimos, nos acobardamos. Sin embargo, Dios le da fuerzas en su debilidad y se hace presente delante de Él a través de una suave brisa, al igual que lo hace en la vida de todos los cristianos, dándoles su fuerza en la debilidad. Y con la fuerza de Dios, Elías continúa su misión de profeta, es decir, de mensajero de la palabra de Dios, llamando a todo el pueblo de Israel a conversión*.
Además, muchos otros profetas, como Amós, fueron enviados a Israel a anunciarles su pecado y la inminente catástrofe que sufrirían si no volvían a Dios; pues lejos de Dios sólo hay corrupción, desaliento y muerte. Y esto es precisamente lo que observa Amós que está empezando a ocurrir en Israel. Sin embargo, Israel no escucha, no hace memorial de los pródigos de Dios con sus padres, y no vuelve a Dios. Entonces les es anunciada la catástrofe: una invasión. Sin embargo, y pese a todo, Dios observa que existe un Resto que le sigue siendo fiel, y sobre el cual enviará su protección. El mismo anuncio hace el profeta Oseas: llama a la conversión a Israel, con insistencia, y hasta con su propia vida. Se casa con una prostituta y le hace ver a Israel cómo son ellos con Dios a través de su relación con la prostituta. Aun así, Israel no se arrepiente ni cambia de conducta. Pero Dios no se rinde con Israel: Por eso, yo la persuado, la llevo al desierto, le hablo al corazón (Oseas 2, 16).
Profetas en Judá En el reino del sur, Judá, pasa más o menos lo mismo: Isaías es enviado por Dios a anunciar sus planes, que aunque parezcan difíciles de comprender son sin duda los mejores, como lo había demostrado en el pasado. Pero Judá, enorgullecido, no obedece: se aparta de Dios y sigue sus propios caminos. Se da a la idolatría, al robo, a pisotear a los débiles, etc. Por eso, Isaías anuncia a Dios entre el enfado por la rebeldía de Judá y la compasión de Dios hacia ellos. Efectivamente, Dios está dolido por el abandono de su pueblo que camina hacia su ruina, pero no deja por ello de amarlos. Lo mismo hace Miqueas, que declara: Pero yo estoy lleno de fuerza -por el espíritu de Dios-, de derecho y coraje, para anunciar a Jacob su culpa, a Israel su pecado (Miqueas 3, 8). Sin embargo, la última Palabra de Dios con todos los profetas es la Salvación, que Dios tiene preparada de antemano, y que culminará en Jesucristo.
Anuncio del Exilio Muchos profetas fueron enviados a llamar a conversión a Israel y a Judá, pero a ninguno de ellos hicieron caso o, al menos, no durante mucho tiempo. Finalmente, Jeremías es enviado a anunciar el hundimiento de Jerusalén, pero incluso él da opción al arrepentimiento. Sin embargo, tampoco a él hacen caso, e Israel es exiliado a Babilonia* tras dos asedios terribles que resultan en la destrucción del Templo de Jerusalén construido por el rey Salomón, y de gran parte de la propia ciudad. Pese a la paciencia de Dios durante siglos, la ruina, fruto de abandonar a Dios y de ir persistentemente por el camino de la muerte, ha alcanzado a Israel. La misma ruina que puede llegar a nuestra vida si abandonamos a Dios, sin arrepentirnos y volver a él con solicitud. Destacar que, en apariencia, Israel siempre “cumplía” con las normas de Moisés, pero su corazón estaba lejos de Dios, dedicándose en lo oculto al mal. Y eso a Dios no le agrada, pues Él dice: Quiero misericordia y no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos (Oseas 6, 6). Por eso, se invita a los cristianos a seguir a Dios de corazón, no solo con las apariencias, porque Dios ve más allá de las apariencias.
Práctica Dios amó a Israel, como nos ama a nosotros, pero su amor se frustró temporalmente en ellos por su dureza de corazón y sus crímenes. Dios respeta la libertad de cada persona, por lo que si voluntariamente decides apartarte de Él no te lo impedirá, aunque sí te avisará y advertirá como conviene, pues no desea que te pierdas. Por eso, es fundamental aprender de la historia del pueblo de Israel las consecuencias de perseverar en la desobediencia a Dios, pues lo mismo puede sucedernos a nosotros si nos obcecamos en hacer el mal y recorrer el camino de la muerte. Al final, las consecuencias son simplemente devastadoras, porque el pecado engendra la muerte, daña al hermano, ofende a Dios y destruye el amor. Por eso, vamos a hacer la Lectio Divina de las siguientes lecturas, que nos ilustrarán perfectamente todo esto:
Podemos ver que las palabras de Dios son muy duras, porque el pueblo de Israel no había aprendido a buenas a lo largo de mucho tiempo. Dios los quiere demasiado como para dejarlos abandonados a su suerte, al igual que nos quiere a nosotros. Por eso, pese a todo, Dios insiste con su pueblo, al igual que insiste con nosotros. Y, eventualmente, Israel recapacitó y se arrepintió profundamente de sus pecados. Esa opción también la tenemos nosotros a través de la confesión sacramental. Por eso, hoy es importante preguntarse... ¿Voy por el camino de la Vida, o sigo aún caminando por el camino de la muerte hacia un trágico final?
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