María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor».- Lucas 1, 46
María, madre de Cristo María fue concebida inmaculada, es decir, sin pecado original. Esto le permitió no dudar cuando el ángel le anunció que iba a ser madre por obra del Espíritu Santo. María contestó: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel se retiró (Lucas 1, 38). ¡Qué enorme ejemplo de humildad y confianza! Y como resultado, la virgen María dio a luz a Jesús, nuestro Dios, convirtiéndose en la madre de Dios. Pero esto, aunque le supuso una enorme alegría, también añadió mucho sufrimiento a su vida: seguramente mucha gente la creería adultera, como José al principio, y la pena del adulterio era... ¡La muerte! La máxima expresión de este sufrimiento fue ver a su propio hijo morir acusado injustamente en la cruz. Ese dolor fue enorme, como atestiguan las Escrituras diciendo: Y a ti misma una espada te traspasará el alma, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones (Lucas 2, 35). Sin embargo, María confió en Dios, y este no la abandonó. María estuvo presente en toda la vida de su hijo y en el principio de la Iglesia, hasta que fue asunta al cielo.
María es la nueva Eva: una mujer nueva. Eva cedió al engaño del demonio, María dijo “hágase” a la voluntad de Dios. Eva quiso ser como Dios, María se llamó “la esclava”. Eva acusó a otro cuando se vio sorprendida en pecado, María intercedió para el bien del otro en las bodas de Caná (Juan 2, 1-12). Eva sufrió por su propia culpa, mientras que María sufrió inocente al pie de la cruz. Así pues, María fue humilde, sabiendo que todo es gracia de Dios, y por eso canta alegremente: Porque ha mirado la humildad de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones (Lucas 1, 48). ¡De María hay muchísimo que aprender!
María en la Iglesia Durante toda la historia de la Iglesia, María ha sido objeto de devoción por su virtud y por sus diversas apariciones*, revelaciones y milagros. De esta forma se la conoce por cientos de advocaciones como la Virgen del Pilar, nuestra Señora de Lourdes, Madre de la Misericordia, nuestra Señora de Fátima, nuestra Señora de los Pobres, Virgen de las Lágrimas, y muchas otras. Este tipo de sucesos son estudiados por varias comisiones eclesiales a la luz de la ciencia y de la fe, para verificar su validez y, si todo está en orden, son oficialmente aprobadas. De esta forma, las repercusiones históricas y personales de algunas de estas apariciones han sido tan fuertes que, aún hoy en día, siguen llevando a muchas personas a la Fe. Es por eso que los católicos decimos de María que es nuestra madre, pues... ¡Ella misma nos socorre!
Así pues, aprendamos hoy de María la humildad, la docilidad a la voluntad de Dios, la alegría, la serenidad en el sufrimiento, la Caridad, la práctica de la oración y la importancia de guardar en el corazón las cosas de Dios. Acojámonos hoy a María como nuestra madre e intercesora ante Dios, y demos gracias a Dios por este don tan grande que nos ha regalado: su madre. Pues Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio (Juan 19, 26-27). ¡Tú eres ese discípulo amado de Dios!
Práctica De entre todas las apariciones de la Virgen, la de Fátima ha sido una de las más importantes de la historia reciente de la Iglesia. Todo empezó cuando tres niños pastores y analfabetos llamados Lucía, Francisco y Jacinta vieron por primera vez a la Virgen María el 13 de mayo de 1917 en la “Cova da Iria”. Si quieres saber más sobre la Virgen de Fátima puedes hacerlo gracias a la Santa Sede, que ha publicado un documento con los mensajes de Fátima con su correspondiente interpretación teológica. Conviene leer este documento porque es un mensaje precioso y muy actual para nuestras vidas, que habla sobre la importancia que tiene elegir el camino de la Vida. Conviene también leerlo para no caer en supersticiones y conspiranoias que, al final, perjudican nuestra Fe.
Por otro lado, hay que presentar el Santo Rosario, que es una oración que se ha ido forjando a lo largo de los siglos en el seno de la Iglesia Católica, y es una bendición para todos los que lo rezan constantemente. El Rosario es una fuente de bendiciones, entre las que destacan el consuelo y protección de la Virgen María, la paz en la tentación, el aumento de las virtudes, la instrucción en Cristo y la intercesión por las almas del purgatorio.
Básicamente, se empieza con el Signo de la Cruz y el Credo Apostólico, y se reza un Padre Nuestro, tres Ave María y el Gloria. A partir de ahí se meditan cinco Misterios, acompañando cada uno con un Padre Nuestro, diez Ave María, el Gloria y, en ocasiones, una breve petición a la Virgen llamada jaculatoria. Los misterios cambian según el día de la semana: los lunes y sábado son los gozosos, los martes y viernes los dolorosos, los miércoles y domingos los gloriosos, y el jueves los luminosos. Por último, se suele terminar la oración con las letanías de la Virgen y la Salve. Normalmente se suele rezar en muchas parroquias media hora antes de la Santa Misa, pero también puedes rezarlo por tu cuenta. Para ello, te facilitamos el texto completo del rosario, que te guiará en la realización de esta oración:
Por último, como indica el “Enchiridion Indulgentiarum” publicado por la Penitenciaría Apostólica de la Santa Sede, puedes obtener una indulgencia* plenaria con el rezo del Santo Rosario. Los requisitos son: rechazar todo tipo de pecado, confesarte Sacramentalmente (con una semana de margen máximo), participar y comulgar de la Eucaristía, rezar por las intenciones del Papa, y rezar el Santo Rosario en una Iglesia o en familia. ¿Maravilloso, no creéis? ¡Y todo gracias a nuestra Madre, que intercede por nosotros ante Dios! Así pues, os invitamos a realizarlo todo.
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