Calzad los pies con la prontitud para el evangelio de la paz.- Efesios 6, 15
Anuncio del Evangelio Tener una experiencia profunda en tu propia vida del amor de Dios y de cómo Él ha actuado para bien tuyo es una gracia realmente hermosa, que sella en tu corazón el Evangelio y que te da una garantía de que verdaderamente es cierto lo que se dice en él. Pero no sólo eso: es también una fuente de alegría y gozo, y te permite vivir la vida desde otra perspectiva, sabiendo que no estás solo y que la muerte no es el final. ¡Una gran noticia! Una noticia que, por cierto, estamos llamados a anunciar a todos los hombres, pues el Evangelio no sólo sirve para guiar nuestros pasos hacia la Vida, sino que también desea guiar a los demás. Además, como en muchas otras cosas, el anuncio del Evangelio es una gracia que Dios te regala y que, si tu aceptas, no requiere de un gran esfuerzo ni compromiso: la gracia que obra en ti hace nacer de tu corazón este anuncio, como a un novio le sale hablar bien de su amada, o como el profeta Jeremías que dice: Pensé en olvidarme del asunto y dije: «No lo recordaré; no volveré a hablar en su nombre»; pero había en mis entrañas como fuego, algo ardiente encerrado en mis huesos. Yo intentaba sofocarlo, y no podía (Jeremías 20, 9). Y esto no significa que el anuncio sea sencillo: siempre hay piedras y dificultades en el camino. Pero como dice Jeremías, al final su gracia supera con creces todo lo demás.
¿Pero qué anunciar? ¿Qué decir? Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis en comunión con nosotros y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo (1 Juan 1, 3). ¡Así de sencillo! Lo único que debes decir es cómo Dios te ha amado concretamente en tu vida: la buena noticia cumplida en ti. Y si un alejado te escucha y ve que, efectivamente, es cierto lo que cuentas, se le dará la posibilidad de creer. Un error muy común es intentar anunciar el Evangelio con palabras vacías, repitiendo catequesis o citas de gente importante: eso no llama a creer a nadie, ya que contra un argumento siempre hay otro que lo rebate. Por ejemplo, este curso te puede formar si ya eres cristiano, pero si no crees en Dios difícilmente obrará en ti un cambio. Sin embargo, no sucederá igual con las muchas experiencias que hemos publicado como parte del curso que, como mínimo, deben resultar llamativas. Creer o no es ya tu elección, porque Dios siempre nos deja libres.
Salid a las calles No podemos quedarnos encerrados en casa y hacer de nuestra Fe una cosa privada. El cristianismo no es así y nunca lo ha sido, aunque hoy en día nos intenten hacer creer eso. Al igual que cuando estás enamorado de alguien te gusta que la gente lo sepa y no vas ocultando tu relación, sino que tu pareja te acompaña a muchos sitios; así mismo actúa un cristiano que está enamorado de Dios. Por eso, un cristiano no oculta que lo es, sino que vive en una constante Evangelización con palabras y actitudes en todos los momentos de su vida diaria. Esta necesidad se refleja en las palabras del Papa, que dijo en la preparación de la JMJ de Rio de Janeiro: Pero quiero lío en las diócesis, quiero que se salga afuera... Quiero que la Iglesia salga a la calle (Papa Francisco)[42]. Porque hoy más que nunca es necesario que los cristianos den testimonio de su Fe, pues el hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! (1 Corintios 9, 16). ¡El anuncio del Evangelio es una necesidad!
El anuncio del Evangelio se hace con alegría, anunciando con la propia vida a Cristo, y con prudencia. Pues mirad que yo os envío como ovejas entre lobos; por eso, sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas (Mateo 10, 16). La persecución y la calumnia que recibiremos forman parte del anuncio del Evangelio, y hemos sido prevenidos contra ellas para que no nos escandalicemos cuando suceda. Pero pese a todo eso... ¿Cómo avergonzarnos de Aquel que nos ama tanto? ¡No podemos! Así pues, estamos todos invitados a Evangelizar con alegría. Y si no os veis capaces es porque debéis recuperar primero la alegría propia que conlleva el ser cristiano. Debéis enamoraros de Cristo otra vez. Por supuesto, es normal tener miedo del qué dirán al principio, pero no debes olvidar que Dios es más fuerte que la persecución que puedas sufrir, como Jesús nos atestigua: Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo (Juan 16, 33). Dile a todos con tus palabras y tu vida que... ¡Dios te ama con locura!
Cristianos acomplejados Imagina ahora que en tu trabajo o en medio de una clase tu profesor o jefe pregunta si hay algún católico y tú levantas la mano. ¿Crees que se llevará una sorpresa, o por tu actitud y forma de vivir se lo esperará? Reflexionemos... ¿Nos diferenciamos de nuestros amigos en algo? ¿Hablamos del Evangelio y de Cristo, o sólo de temas banales como los demás? ¿Tenemos vergüenza del Evangelio y de hablar de Dios? Es importantísimo esto, porque vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente (Mateo 5, 13). Por eso, es importante dar siempre sal a nuestras conversaciones... ¿O vamos a avergonzarnos, por ejemplo, de defender la fidelidad matrimonial cuando nos dicen que no pasa nada si nadie se entera? ¡Ellos deberían avergonzarse de su infidelidad, y no nosotros de ser fieles!
Por eso, hoy la Iglesia te dice: Así pues, no te avergüences del testimonio de nuestro Señor ni de mí, su prisionero; antes bien, toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios (2 Timoteo 1, 8). Primero, por tu propio bien, porque no puedes ser feliz siendo tibio, sino llevando en tu interior a Cristo hasta las últimas consecuencias. En segundo lugar, por el bien de los demás, que viven sin esperanza creyendo que esta vida es la única y que tras morir nada les espera. En tercer lugar, por tu bien de nuevo, porque no vas a estar preparado para persecuciones mayores si no lidias ahora con los pequeños desprecios. Y puede que, por no haber aprovechado la oportunidad de prepararte, claudiques de la Fe. Y en cuarto lugar, por sentido común... ¿O que esposa no habla bien y con alegría de su esposo, en especial cuando es tan bueno?
La Misión de la Iglesia A mucha gente le gustaría que la Iglesia se convirtiera en una ONG y que dejara de decir Cristo esto, Dios aquello. A mucha gente le gustaría reducir la Fe al ámbito privado de cada uno, y que no se viera ni una sola cruz en las calles o edificios. A mucha gente le gustaría que la Iglesia, simplemente, dejara de ser la Iglesia. Y, por desgracia, muchas veces cuando nos lo han dicho les hemos dado la razón. Menos mal que si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo (2 Timoteo 2, 13). Y de esta forma podemos volver a levantarnos. Porque la Fe no puede reducirse al ámbito privado. ¿Que no les gusta? Nadie les obliga a escuchar o a mirar. Pero el expresar la Fe libremente pertenece al derecho básico de las libertades de expresión y de religión. ¿O es que si pueden existir eslóganes empresariales, publicidad consumista, adoctrinamiento ideológico y demás cosas que vemos a diario; pero no se puede hablar de Dios? ¡Claro que sí!
Las cosas claras: la misión de la Iglesia no es ser una buena ONG que ayude a los pobres. La misión de la Iglesia es, como nos ha mandado el mismo Jesucristo, anunciar el Reino de Dios; haciendo discípulos, bautizando a las personas que así lo deseen, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos (Mateo 28, 20). Y una de las cosas que Dios nos ha mandado es dar limosna con caridad hacia los necesitados. Por eso, la Iglesia no es una ONG, sino que su acción caritativa se desprende de las enseñanzas de Jesús, y solo tienen sentido en ellas. Por eso... ¡Anunciemos a Cristo! Y si eso nos supone una persecución, acojámonos pacientemente a la oración teniendo claro que Dios siempre está con nosotros, pues su Palabra es palabra digna de crédito: Pues si morimos con él, también viviremos con él (2 Timoteo 2, 11). Dios no nos abandonará y, si queremos, nos dará la vida eterna, porque... ¡Nos ama!
Práctica Anunciar el Evangelio debe ser uno de los objetivos principales de nuestra vida, y debe hacerse tanto con obras como con palabras. En primer lugar, con obras, para no escandalizar con nuestra actitud a nadie; y en segundo lugar, con palabras, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros (2 Corintios 4, 7b). ¿Que no sabes como dar una experiencia? No pasa nada, el programa “Cambio de Agujas” tiene muchos ejemplos que te enseñarán cómo se hace: con la propia vida.
¿Y tú? ¿Puedes decir cómo Dios ha actuado en tu vida? ¡Espero que si! Si no es el caso, pídele a Dios que te de una experiencia para poder Evangelizar. Sin embargo, recuerda que las mejores experiencias vienen de la mano de los mayores sufrimientos, porque Dios actúa en tu debilidad. Pero bueno, para empezar a dar testimonio te recomendamos un par de pasos sencillos: lleva visible un colgante con una cruz o algo que te identifique como católico, y no tengas miedo de dar experiencia de tu Fe. Si en algo ves que te dejan sin argumentos, reconoce tu falta de formación en ese tema, y acude a la Iglesia en busca de respuestas, que seguro que las tiene, pues ha tenido dos mil años para lidiar con muchas ideologías. Y, por supuesto, toma parte en las iniciativas de Evangelización de tu parroquia. En pocas palabras: sé la lampara que lleva la luz de Cristo en medio de tu generación.
Por último, hay que hacer una mención especial a los misioneros, como grandes testigos que son del amor de Dios en el mundo, que han dado su vida entera por el Evangelio. Y... ¿Por qué no? Quizás Dios te invita a ser misionero: Dios puede llamarte a la misión, como lo ha hecho con muchísimas personas. O lo que es lo mismo: a ser instrumento del amor de Dios en todo el mundo. Eso debes verlo tú, solo a sola con Él, y con el discernimiento de la Iglesia y sus pastores. Pero sea como sea... ¡Anuncia que Dios te ha amado!
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