Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.- Apocalipsis 3, 20
¿Qué es convertirse? Convertirse es creer que Dios está ahora mismo deseando entrar en ti, para que tengas vida en abundancia. Convertirse es renunciar al pecado y al maligno, que con sus seducciones busca que renuncies a Dios y a su amor. Convertirse es dejar de vivir para ti mismo y empezar a vivir para Dios y los demás. Convertirse es dejar tu vida en manos de Dios, como un niño la deja en brazos de su Padre. Convertirse es abandonar el camino de la muerte, y recorrer todos los días el camino de la Vida. Convertirse es amar como Dios te ha amado... ¡Hasta el extremo! Convertirse es, en definitiva, aceptar el amor de Dios y permitirle que habite en ti y que haga sobre ti su Voluntad, que es sin duda la mejor. Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna (Juan 3, 16). ¡Alégrate, Dios te ama!
¿Quién es Dios para ti? Muchas veces decimos muchas cosas de Dios: que si es bueno, que si nos quiere, que si hace milagros, etc. Sin embargo, en ocasiones, suena todo a teoría, a un conocimiento externo de Dios. Por eso, es necesario responder a una pregunta fundamental y práctica: ¿Quién es Dios para ti? ¿Dónde lo has conocido? De hecho, esta pregunta viene reflejada en las Escrituras de boca del mismo Jesús, pues Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mateo 16, 15). Pedro le respondió a Jesús diciendo que Él era el Cristo, el Hijo de Dios. Y esta respuesta no era algo teórico que Pedro hubiese leído en algún sitio, pues en aquella época la concepción del Mesías era muy diferente a lo que conocemos ahora de Jesucristo, porque Dios siempre sorprende. El Mesías esperado era un Mesías político, que iba a liberar a Israel de los Romanos y a instaurar un nuevo estado de Israel. Y por supuesto, pensaban que sería un enviado de Dios, y no Dios mismo tomando condición humana. Sin embargo, y pese a todas estas ideas preconcebidas del Mesías, Pedro, tras estar un tiempo con Jesús y ver lo que hacía, lo reconoce como su Mesías y Salvador: uno muy diferente al que él esperaba. Y lo reconoce como Hijo de Dios. Así pues, la respuesta de Pedro nace de su experiencia y de su situación personal interpretada por Dios. Y Jesús le respondió: «¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos.» (Mateo 16, 17).
Por eso, la forma correcta de contestar a esta pregunta es con la propia experiencia. ¿Dónde he visto yo en mi vida a Cristo el Señor? ¿Es para ti Cristo el Mesías, tu único Salvador, a quien acudes en la necesidad, y le das gracias en todo momento? ¿Es para ti el Hijo de Dios? ¿Es Dios tu único Dios, y no los ídolos? ¿A quien le pides tu seguridad, a Dios o al dinero? ¿Cuándo te ha ayudado Dios? ¿Quién es Dios para ti? Conviene plantearse muy seriamente la respuesta a esta pregunta, y responder con la propia vida. Porque quizás intelectualmente lo tenemos muy claro, pero la teoría sin la práctica no sirve de nada. No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos (Mateo 7, 21). Mira a quién eliges diariamente, si a Dios o a otras cosas. Mira a quién acudes en busca de ayuda y en quién pones tu seguridad. Porque Dios es el único que puede ser tu Dios y tu Salvador. ¡Sólo con Dios puedes ir por el camino de la Vida!
La tibieza Hay ocasiones en nuestra vida en las que, pese a creer en Dios, vivimos como si no fuera así. Se produce una división entre la Fe y la vida, y llevamos una vida que en nada se diferencia de la que llevan los demás, reduciendo la Fe únicamente al ámbito privado. Nos volvemos tibios. Y esto tiene consecuencias devastadoras para nuestra Fe y nuestra vida: Pero porque eres tibio, ni frío ni caliente, estoy a punto de vomitarte de mi boca (Apocalipsis 3, 16). La tibieza es un verdadero peligro, pues al que mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más aún se le pedirá (Lucas 12, 48b). Y si vives igual que los que no han conocido a Dios... ¿De qué ha servido todo lo que Dios te ha regalado, y el hecho de conocer su Amor?
Sin embargo, Dios actúa y se manifiesta en nuestra vida diaria proponiéndonos siempre un camino diferente: el camino de la vida. Y a ti y a mí nos dice hoy: ¡Decídete! ¿Qué quieres hacer con tu vida? Mira que hay dos caminos: uno que lleva a la muerte y otro que lleva a la vida. ¡Elige el camino que te propone Dios! ¡Elige el camino de la vida! Hoy cito como testigos contra vosotros al cielo y a la tierra. Pongo delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida, para que viváis tú y tu descendencia (Deuteronomio 30, 19). Dios te ama y, por lo tanto, su camino es sin duda la mejor opción. ¡No seas tibio!
No puedo, estoy ocupado Tengo tantas cosas que hacer... Ocuparme de los niños, trabajar, asearme, salir un rato con los amigos, ver mi programa de televisión favorito, hacer papeleo, viajar a los sitios, y un largo etcétera. Cosas muy necesarias porque son nuestras obligaciones y, luego, como es sabido, siempre es necesario desconectar un poco de vez en cuando, porque si no te saturas. Yo a Dios le hago un rato para la misa del domingo y le rezo en algún momento así más relajado que pueda tener, que ya es mucho, porque sinceramente cosas para hacer no me faltan... ¡La vida diaria es tan dura! ¿No? Pues Jesús cuenta una parábola a este respecto, diciendo que había un hombre rico que preparó la boda de su hijo, invitando a sus amigos. ¡Una gran fiesta! Pero todos a una empezaron a excusarse. El primero le dijo: “He comprado un campo y necesito ir a verlo. Dispénsame, por favor” (Lucas 14, 18). ¿Tus bienes, negocios, y posesiones van antes que Dios? Otro dijo: “He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas. Dispénsame, por favor” (Lucas 14, 19). ¿El trabajo en tu caso va antes que Dios? Otro dijo: “Me acabo de casar y, por ello, no puedo ir” (Lucas 14, 20). ¿Tus preferencias y planes antes que Dios?
Efectivamente, lo más importante debe ser siempre Dios y, al igual que haces un hueco en tu apretada agenda para todas esas cosas, también puedes hacérselo a Dios. Pues todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo (Eclesiastés 3, 1). Piénsalo bien... ¿De verdad no puedes, o no te apetece y no quieres? Así pues, no hay excusas que valgan, porque si de verdad quieres hacer algo, encontrarás la forma. Por eso Juan Pablo II decía: quien no lo practique, no puede excusarse en la falta de tiempo: lo que le falta es amor (San Juan Pablo II)[77]. ¿La solución? ¡Déjate amar por Dios! Recupera el amor primero por Dios que has perdido. Date cuenta de lo fundamental que es Dios para ti, para tus seres queridos, para tus relaciones y para tu vida entera. Y luego, responde a ese amor infinito de Dios con amor... ¡Y tendrás todo el tiempo del mundo!
¿Cómo convertirse? La conversión no consiste en un moralismo externo o triste que prohibe todo lo que no tiene nada que ver con Dios. Dirá Jesús: No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno (Juan 17, 15). Vivimos en el mundo y en convivencia diaria con todo tipo de personas. Se trata de saber elegir: de elegir a Dios. Así pues, en cada decisión que se te plantee en la vida y en cada situación, pregúntate: ¿Qué quiere Dios de mí? ¿Cómo puedo vivir esto según la voluntad de Dios? ¿Dios querría que hiciera esto o no? Y ten siempre presente: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros (Juan 13, 34). De esta forma, Dios hace posible, por ejemplo, vivir con plenitud y alegría todas las virtudes cristianas. ¡Y vivirlas felizmente! Por eso... ¡Ánimo! ¡Dios te ama! Es por ello que te ofrece una alternativa, una forma de vivir la vida diferente, un nuevo camino. Un camino que te lleva hasta Él y su amor. Un camino que, aunque a veces pase por sendas estrechas y dificultosas, no recorres solo. ¡Él te acompaña en cada paso! Por eso, hoy se te invita a que abandones tu tibieza. ¡Decídete por Dios y vivirás! ¡Sólo tienes que contestar con tu vida como María contestó: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lucas 1, 38a)!
Práctica Dios nos llama continuamente a conversión a través de las Sagradas Escrituras y de los acontecimientos de nuestra propia vida. Y nosotros estamos muy necesitados de esta conversión, porque no es necesario firmar como apóstata para tener alejado el corazón de Dios: podemos hacernos muchos ídolos y vivir como si Dios no existiera, como le pasó al pueblo de Israel un poco antes del Exilio. ¿Y cómo se sabe esto? Muy sencillo: simplemente reflexiona si tu vida se diferencia en algo de la vida que llevan los ateos que conoces. ¿Ha conocido alguien a Cristo gracias a tu testimonio? ¿No? Pues las siguientes Palabras, de las que vamos a hacer la Lectio Divina, van a venir en nuestra ayuda llamándonos a conversión:
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