La noche está avanzada, el día está cerca: dejemos, pues, las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz.- Romanos 13, 12
Las Virtudes Cristianas La virtud es una disposición habitual y firme para hacer el bien (Catecismo 1833). Así pues, un cristiano debe aspirar a vivir con todas las virtudes, que le ayudarán a recorrer el camino de la Vida. Debes saber que las virtudes morales crecen mediante la educación, mediante actos deliberados y con el esfuerzo perseverante. La gracia divina las purifica y las eleva (Catecismo 1839). Es decir, que siempre puedes ejercerlas, aunque sea en poca medida, para que crezcan en tu interior y algún día seas capaz de ejercerlas en su máximo esplendor. Y esto es cierto siempre, a excepción de las virtudes teologales*, que son un regalo o don de Dios. Así pues... ¡Nada de excusas! Cueste más o menos, algo podrás hacer en cada una de ellas, aunque al principio sea poco. A continuación, vamos a ver algunas de las virtudes que un cristiano debe ejercer en su vida diaria, a excepción de la Fe y la Caridad, que están en otras secciones de una forma más extensa.
Prudencia La prudencia es una virtud que regula a todas las demás para utilizarlas en su justa medida. ¿Qué medida? Pues la adecuada en cada situación concreta, con el objetivo de actuar siempre con caridad, como dice la Escritura: Por tanto, mientras tenemos ocasión, hagamos el bien a todos, especialmente a la familia de la fe (Gálatas 6, 10). Se trata, por tanto, de evitar los excesos y defectos en las virtudes para obrar siempre bien. Además, gracias a esta virtud se puede emplear el discernimiento cristiano, que veremos a continuación. Por poner un ejemplo, un exceso de humildad sería verlo todo mal y negativo, y creer que tú, como persona, no tienes solución alguna. En este punto ya no existe la virtud de la humildad, sino que caemos en la desesperación, pero la realidad es que sí hay una solución: Dios. O por el lado contrario, se puede dar falsa humildad o soberbia, por ejemplo si no eres capaz de aceptar la corrección o te enzarzas en discusiones continuamente. Así pues, todo debe estar en su justa medida. Tendrás pesas cabales y justas, tendrás medidas cabales y justas, para que vivas mucho tiempo en la tierra que el Señor, tu Dios, te da (Deuteronomio 25, 15).
Discernimiento El alimento sólido es para perfectos, que con la práctica y el entrenamiento de los sentidos saben distinguir el bien del mal (Hebreos 5, 14). Por eso, el discernimiento es un don que nos permite saber qué cosas nos acercan a Dios y cuáles nos alejan de Él, por ser engaños del maligno. De esta forma, el discernimiento nos permite vivir nuestro día a día como cristianos, sin apartarnos del amor de Dios. Mira: hoy pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal (Deuteronomio 30, 15). ¡Elige la vida, que es Dios! Sin embargo, no siempre es fácil discernir la voluntad de Dios, ya que hay veces que todo parece difuso y no sabes muy bien qué hacer. ¿Qué hacer en esos casos? Quien de vosotros teme al Señor y escucha la voz de su siervo, aunque camine en tinieblas, sin ninguna claridad, que confíe en el nombre del Señor, que se apoye en su Dios (Isaías 50, 10). Así pues, confía en Dios y reza, reza y reza pues el discernimiento es un don que Dios concede a quienes se lo piden. Es importante también no reescribir la experiencia que has tenido del amor de Dios en tu vida, dudando del sentido de acontecimientos pasados que antes tenías claros. El maligno tienta mucho con esto, pero la verdad es siempre que... ¡Dios te ama!
Verdad La verdad nos protege de los engaños del maligno y nos hace libres en nuestras relaciones con los demás. ¿Y cuál es la verdad? Jesús le responde: «Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí.» (Juan 14, 6). Vivir en la verdad significa vivir en la Fe, y no dudar nunca del amor de Dios. Hablar con la verdad significa comunicar oportunamente las mismas palabras de Dios, aunque en ocasiones la consecuencia sea el desprecio de los demás. Por ejemplo, si alguien va a abortar y te pide consejo al respecto... No matarás (Éxodo 20, 13). Y si te dicen que eso no es un niño, que sólo son células... Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te constituí profeta de las naciones (Jeremías 1, 5). Y, por supuesto, vivir en la verdad significa no mentir, pues el maligno es el padre de la mentira. Pero... ¿Cómo vivir siempre en la Verdad? Con un regalo de Dios: su Espíritu Santo, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros (Juan 14, 17). ¡Pídeselo y, cuando venga, no lo rechaces!
Justicia La justicia es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido (Catecismo 1807). Pero, por supuesto, hablamos de la justicia de Dios, no de la nuestra. ¿Y cuál fue la justicia de Dios, cuando mataron a su hijo Jesús, que era inocente, después de torturarlo y condenarlo a base de mentiras y calumnias? Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Hicieron lotes con sus ropas y los echaron a suerte (Lucas 23, 34). La justicia de Dios es la misericordia hacia el pecador. ¿Qué diremos, pues? ¿Permanezcamos en el pecado para que abunde la gracia? De ningún modo. Los que hemos muerto al pecado, ¿cómo vamos a seguir viviendo en el pecado? (Romanos 6, 1-2). Cuando el inocente se aparta de su inocencia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió. Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él salva su propia vida (Ezequiel 18, 26-27). Pero la justicia de Dios es misericordia también hacia el inocente: Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados (Mateo 5, 5). La justicia de Dios pone las cosas en su sitio, pero siempre con amor al pecador arrepentido.
Así pues, en nuestras obras se nos invita a ser justos. Es decir, a ajustarnos a Dios, a su justicia, a su misericordia y a su amor: Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia (Mateo 5, 7). Esto se traduce en no hacer mal a nadie, en perdonar, en buscar el bien de los demás, en atender a las viudas, en dar limosna, en buscar a Dios, etc. En definitiva, se nos llama a amar como Dios nos ha amado, y no solo amar a los que te aman; pues la justicia de la cruz acepta y ama al pecador cargando con su pecado. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen (Mateo 5, 44). Y esto es imposible si no conoces primero a Dios, que te ama profundamente cuando eres un miserable que no lo merece, pues solo aquel quien es consciente de que todo le ha sido perdonado, puede perdonarlo todo. Así pues, nosotros amemos a Dios, porque él nos amó primero. (1 Juan 4, 19). Y si Dios, juez justo, te ha juzgado digno de misericordia y te ha perdonado... ¿Cómo no hacer tú lo mismo?
Fortaleza La fortaleza es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien (Catecismo 808). Es decir, emplea la firmeza y la perseverancia para resistir al maligno en la vida diaria. Situaciones extremas, como el martirio, requieren ejercitar bien la fortaleza para no sucumbir ante el maligno. Por eso vivo contento en medio de las debilidades, los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte (2 Corintios 12, 10). La fortaleza ayuda en la lucha por permanecer coherentes con los propios principios, caminando en el camino de la Vida pese a problemas, ofensas y ataques injustos. La fortaleza ayuda en medio de la debilidad humana: de enfermedades, de la vejez, de depresiones, de problemas, de miedos y de un largo etcétera de cosas. La fortaleza te permite creer firmemente que, sobre todo eso, está el amor de Dios. Por otra parte, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien; a los cuales ha llamado conforme a su designio (Romanos 8, 28). En definitiva, la fortaleza te recuerda en cada instante que... ¡Dios te ama!
Destacar, además, la importancia de la perseverancia, que se deriva de la fortaleza, porque una de las cosas que hace el maligno es insistir: te tienta hoy, resistes, te tienta mañana, resistes, te tienta pasado y, sin perseverancia, caes. Mantener la virtud a lo largo del tiempo y ante el continuo ataque del maligno es muy difícil y, por eso, la perseverancia es absolutamente necesaria. Necesitamos hacer presente el amor de Dios todos los días para poder combatir contra el maligno con fuerzas renovadas y, de esta forma, mantener siempre viva nuestra fortaleza. Por eso, ten siempre presente las palabras de San Pablo: Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor (Romanos 8, 38-39).
Templanza Todo me es lícito, pero no todo me aprovecha. Todo me es lícito, pero no me dejaré dominar por nada (1 Corintios 6, 12). Estas palabras de San Pablo resumen claramente lo que es la virtud de la templanza: la libertad frente a tus instintos. Y esto... ¿Cómo se consigue? Moderando la atracción de los placeres, y procurando el equilibrio en el uso de las cosas, según la Iglesia Católica nos enseña con su sabiduría; pues Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de templanza (2 Timoteo 1, 7). De esta forma, se puede vivir en castidad y respeto el noviazgo, y vivir el matrimonio en una entrega de amor, fidelidad y fecundidad, como enseña la Iglesia Católica. Además, por supuesto, permite evitar la gula y practicar el ayuno y la limosna. Porque es ciudad abierta y sin murallas, el hombre sin dominio de sí mismo (Proverbios 25, 28), y el maligno se apodera de él pronto. Veamos cada uno, pues, qué es lo que nos conviene hacer, si ser esclavos o libres.
Castidad La castidad es parte de la virtud de la templanza, pero dado que hoy en día se la menosprecia, es necesario tratarla con mayor profundidad. La castidad implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la libertad humana. La alternativa es clara: o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado (Catecismo 2339). Por eso, para un cristiano, la castidad es reservarse para el amor, luchando contra sus principales enemigos en nuestra sociedad: masturbación, pornografía, falta de pudor, bailes sensuales, malos pensamientos, etc. ¡Huye de todo eso! ¡Resérvate siempre para el amor de tu vida!
La pornografía es la prostitución del corazón. No te engañes. Viendo pornografía estás adulterando con esas mujeres, y... ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Y voy a tomar los miembros de Cristo para hacerlos miembros de una prostituta? De ningún modo (1 Corintios 6, 15). Por otro lado, la masturbación y la sexualidad desligada de la unión matrimonial y de la procreación es un pecado gravísimo, por el cual uno se ama a si mismo, trasformando el amor al otro en egoísmo y amor propio. Y hay que decirlo así de claro, porque muchas veces el problema es simplemente que no lo consideramos tan grave. Pensamos que en el fondo no pasa nada, que no hacemos daño a nadie. ¡Qué necios somos! Ya avisaban a San Juan Bosco en sueños que la falta contra este Mandamiento: he aquí la causa de la ruina eterna de tantos jóvenes [...] Se han confesado, pero las culpas contra la bella virtud las han confesado mal o las han callado de propósito (San Juan Bosco)[109].
Sin embargo, la raíz de estos pecados está principalmente en el corazón del hombre. Pues, todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón (Mateo 5, 28b). Así pues, el combate empieza siempre por no consentir los malos pensamientos. Es cierto que los pensamientos vienen muchas veces sin quererlo, pero consentirlos y recrearse en ellos es prácticamente tan grave como ponerlos por obra. ¡Lucha contra ellos y recházalos! ¡Y si caes, levántate! Mencionar que en muchas ocasiones estos vicios acaban convirtiéndose en verdaderas adicciones, de las que no se puede salir sin la ayuda psicológica adecuada. En tal caso busca, bajo la supervisión de un Sacerdote santo, un psicólogo católico que te dé las herramientas que necesitas. Al final, si tú mismo no ves la gravedad de estas cosas y no deseas firmemente salir, todo será en vano. Por eso... ¡Ánimo! ¡Aprende a reservarte para el Amor!
Esperanza La virtud de la esperanza nace del anhelo de felicidad que Dios ha puesto en nuestros corazones, y se nutre de la Fe que da la experiencia del amor de Dios en nuestra vida. Ejemplos de esperanza los tenemos en toda la Escritura, empezando por Abraham, que no dudó de las promesas de Dios: Todo lo contrario, ante la promesa divina no cedió a la incredulidad, sino que se fortaleció en la fe, dando gloria a Dios (Romanos 4, 20). Y hoy en día, esta esperanza de la vida eterna se puede ver en muchos cristianos, y de forma extraordinaria en los mártires. La esperanza es, en definitiva, la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo (1817). La esperanza se concretiza de una forma muy especial en las Bienaventuranzas (Mateo 5, 1-12), donde Dios ha dado una esperanza a todos los atribulados, perseguidos, pobres de espíritu, etc. Por eso los cristianos viven, o están invitados a vivir de forma diferente: Que la esperanza os tenga alegres; manteneos firmes en la tribulación, sed asiduos en la oración (Romanos 12, 12). Sabiendo que Dios les ama, que su Voluntad hacia ellos es de bien, y que Él no falla. Y espero que tú sepas esto también, pues a ti también te ama Dios. Por eso, mantengámonos firmes en la esperanza que profesamos, porque es fiel quien hizo la promesa (Hebreos 10, 23): Él, a su tiempo, se apresurará a cumplirla.
Paciencia Dios actúa en nuestra vida y cumple su Palabra y sus promesas; y el Señor no retrasa su promesa, como piensan algunos, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda sino que todos accedan a la conversión (2 Pedro 3, 9). Ten clarísimo que todo se va a cumplir en su momento preciso: el que Dios ha pensado con su sabiduría. Pues la visión tiene un plazo, pero llegará a su término sin defraudar. Si se atrasa, espera en ella, pues llegará y no tardará (Habacuc 2, 3). ¿Y hasta entonces, qué hacemos? ¿Cómo vivimos? Jesús nos dará una respuesta muy clara: Velad, porque no sabéis el día ni la hora (Mateo 25, 13b).
Pero muchas veces, ese tiempo a nosotros nos parece tarde, como le pareció a Marta. Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano.» (Juan 11, 21). Jesús podría haber salvado a Lázaro antes de que muriera, pero no lo hace: se espera varios días y llega cuando ya está muerto. Y de esta forma, Jesús, resucitando a Lázaro, nos demuestra que para Dios nunca es demasiado tarde. Por eso, cuando tú creas que ya no hay nada que hacer, recuerda que nunca es tarde para Dios. Además, la paciencia en la tribulación es importante para nuestra maduración como cristianos. Más aún, nos gloriamos incluso en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia, la paciencia, virtud probada, la virtud probada, esperanza, y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado (Romanos 5, 3-5). La paciencia es el motor de la esperanza. Por eso, se te invita a ser paciente, pues Dios te ama y, por eso, ya ha vencido a la muerte... ¡No tienes nada que temer!
Práctica La Iglesia Católica explica de forma detallada las virtudes más importantes que existen: todas las teologales y las cardinales. Por ello, vamos a acudir al Magisterio de la Iglesia para conocer de forma fiable todas estas virtudes, muchas de las cuales ya han sido explicadas en términos prácticos aquí. Sin embargo, conviene aprender a “aprender del catecismo”, por lo que vamos a leer la sección dedicada a las virtudes del mismo:
Además, pidamos a Dios poder luchar con estas armas tan hermosas que Dios nos ha regalado, para que nos resulte más sencillo recorrer el camino de la Vida. De hecho, la Escritura misma te invita a este combate diciéndo: Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna, a la que fuiste llamado y que tú profesaste noblemente delante de muchos testigos (1 Timoteo 6, 12). Pero... ¿Cómo combatir? Como hemos mencionado al principio: siendo fieles en lo poco, es decir, poniendo en práctica constantemente y en la medida que podamos todas las virtudes. Y veremos como esta medida irá creciendo poco a poco... Dios se encargará de ello. ¿Y contra quién hay que combatir? Contra el maligno, sus seducciones, sus engaños y el pecado. Y en este combate diario, que no se te olvide esta exhortación: No los temáis, porque el Señor, vuestro Dios, combate por vosotros (Deuteronomio 3, 22). ¡Dios combate contigo!
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