Y Dios resucitó al Señor y nos resucitará también a nosotros con su poder.- 1 Corintios 6, 14
Enfermedad y Muerte La enfermedad y la muerte son siempre temas duros y dolorosos, pero para un cristiano no son el final de nada, sino el principio de una vida nueva, mejor y más plena. Por eso, un cristiano vive la enfermedad terminal y la muerte de una forma diferente, con esperanza, sin murmurar y confiando en Dios. Por otra parte, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien; a los cuales ha llamado conforme a su designio (Romanos 8, 28). En definitiva, nuestra Fe nos anima a vivir estas pruebas de una forma diferente. La vejez, la enfermedad y la muerte, son pruebas que tendremos que pasar; y la Fe, fruto de la experiencia del amor de Dios en toda una vida, da al cristiano una respuesta real y profunda: Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor (Romanos 8, 38-39). Y ha provocado que los Santos digan: deseo partir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor (Filipenses 1, 23b). ¡Pues ciertamente Dios nos ama!
Juicio Si alguien te dice que vas a morir te estaría diciendo únicamente media verdad: también vas a resucitar. Y esto es mucho más importante que lo anterior. Como dice su propio nombre, la vida eterna es para siempre, lo cual le da una importancia infinita, porque... ¿Cómo quieres pasar la eternidad? En esta vida habrás conocido qué es el sufrimiento y la muerte, pero también la vida, el gozo y el amor. Pues bien, obviamente, Dios quiere que vivas la eternidad en la vida, el gozo y el amor, es decir, con Él. Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna (Juan 3, 16). Pero la decisión de aceptar a Cristo es sólo tuya. Efectivamente, tras morir cada hombre se enfrenta a un juicio particular de Dios, en el que se nos desvela toda la obra y el amor de Dios en nuestra vida y cómo le hemos respondido nosotros. Ahí, nuestra propia vida dirá si vamos al purgatorio, al cielo o al infierno. Y nada permanecerá oculto ante este tribunal. Así pues, este es un motivo de peso más que nos invita a escoger el camino de la vida mientras podamos: Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios (Juan 6, 27). ¡Vive según Dios!
¿Y cómo hacer esto? Pues viviendo como un cristiano que lleva en sí a Cristo mismo, que actúa con misericordia y caridad. Pues el juicio será sin misericordia para quien no practicó la misericordia; la misericordia triunfa sobre el juicio (Santiago 2, 13). Y también está escrito: El que odia a su hermano es un homicida. Y sabéis que ningún homicida lleva permanentemente en sí vida eterna (1 Juan 3, 15). Así pues, actúa siempre por y con caridad, para hacer el bien a todos los que te rodean. Pero además, y no menos importante, huye del pecado como de una serpiente, pues, si te acercas, te morderá. Dientes de león son sus dientes, que destrozan vidas humanas (Eclesiástico 21, 2). Pues todo pecado es una especie de ruptura* con el amor de Dios. Por supuesto, hay rupturas muy graves y otras no tanto: por ejemplo un asesinato, un gran robo, un adulterio o la masturbación, si se hacen con pleno conocimiento de su error y con plena libertad son muy graves. Pero al final, todos los pecados, incluidos los no tan graves, te llevan a volver a pecar una y otra vez en una espiral de muerte sin final. Por ello, lo mejor que puedes hacer es evitar todos los pecados que estén en tu mano. Recordemos, por supuesto, que la misericordia de Dios y su sacrificio en la cruz por nosotros repara estas rupturas a través del Sacramento de la Reconciliación, al que puedes acogerte siempre que quieras. Por eso, si caes... ¡Levántate! Dios te regala otra oportunidad, porque... ¡Te ama! ¡Estate siempre preparado y bien dispuesto para pasar al Padre!
Cielo, Purgatorio e Infierno Por su muerte y su Resurrección Jesucristo nos ha “abierto” el cielo. La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de la redención realizada por Cristo, quien asocia a su glorificación celestial a aquellos que han creído en Él y que han permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a Él (Catecismo 1026). El cielo es una de las opciones que el ser humano tiene para la otra vida, o mejor dicho, es la opción para la cual fuimos creados, pues Dios desea llenarnos de su felicidad eterna llevándonos al Cielo. El Cielo es un lugar maravilloso donde todos seremos uno con Dios, uno con el Amor. Sin embargo, más allá de eso, lograr una descripción adecuada del Cielo con nuestro limitado lenguaje es imposible, como afirma San Pablo: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman (1 Corintios 2, 9b). Y por eso, sin duda alguna... ¡El cielo es nuestra mejor opción!
Por otro lado, los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo (Catecismo 1030). En realidad, y aunque es triste, pocas personas se abren completamente a Cristo y viven al máximo su Fe. Por ello, en general, aunque muchas personas han elegido a Dios, tienen muchas faltas que les entristecerían por toda la eternidad al verse reflejados en la pureza de Dios y su amor infinito, por lo que Dios, en su misericordia, nos purificará a los que lo necesitemos antes de entrar al Cielo. Además, de esta forma se cumple toda justicia para las injusticias que en este mundo han quedado pendientes. Sin embargo, el purgatorio es temporal, y el final de los que allí se purifican es la dicha eterna en el Cielo con Dios y los demás Santos.
Finalmente, si tú decides consciente y voluntariamente separarte de Dios, no parece muy extraño que la consecuencia, sea... separarte de Dios, o lo que es lo mismo: el infierno. Y esa decisión personal es irrevocable: dura para siempre. Por supuesto, Dios no quiere que nadie acabe allí, pero respeta la libertad de cada uno para elegirlo a Él o no, o lo que es lo mismo, para elegir el Bien y el Amor o no. Efectivamente, no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra Él, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: “Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él” (Catecismo 1033). Así pues, según la común ordenación de Dios, las almas de los que mueren en pecado mortal, inmediatamente después de la muerte, bajan al infierno, donde son atormentadas con suplicios infernales (Benedicto XII)[15]. Basta con considerar lo que implica la ausencia de Dios, es decir, la ausencia de bien, de amor y de belleza, para darse cuenta de lo horrible que puede llegar a ser el infierno. Recemos y tengamos temor de Dios para no terminar ahí, actuando en nuestra vida con amor.
¿Cómo ayudar a un enfermo terminal? Vivir el paso a la otra vida de un ser querido es algo difícil, pero también es una oportunidad para ayudar a dicha persona, si lo necesita, a llegar al cielo. Para ello, lo primero es ayudarle a aceptar su situación infundiéndole la esperanza de la vida eterna, pues en la muerte nacemos para no morir nunca (Chiara Corbella)[108]. Si esto se acepta, lo siguiente sería invitarle a arrepentirse y abandonar todos los pecados que tenga en conciencia, bien sea por amor a Dios, o bien por cualquier otro motivo como el miedo al infierno eterno. Así pues, conviene explicarle cómo hacer una buena confesión y llamar a un Sacerdote santo para que la haga. Participar de la Eucaristía, después de la confesión y en días sucesivos, es también muy bueno y necesario. Si la persona está ya terminal conviene que se le administre la “Unción de enfermos”, ya que este sacramento aumenta la gracia santificante; perdona los pecados veniales y aun los mortales, si el enfermo está arrepentido y no ha podido confesarse; le da fuerzas para resistir las tentaciones y soportar los sufrimientos de la enfermedad; y le concede la salud del cuerpo si le conviene (Catecismo de Segundo Grado)[25]. Este sacramento conviene darse, si no ha habido ocasión antes, incluso cuando la persona justo acaba de fallecer médicamente, pues nadie puede garantizar que alguien está definitivamente muerto hasta que han pasado unas horas. Por último, acompáñalo en sus últimos momentos siendo un reflejo del amor de Dios y de la esperanza en la vida eterna, y una vez haya pasado al Padre regálale una indulgencia para que su tiempo en el purgatorio sea breve, tal y como explicamos cuando hablamos de nuestra madre la Virgen María en la sección 2.11. ¡Y no dudes que volverás a verlo!
Práctica El conocimiento de estos temas debe movernos a vivir de una forma diferente, trabajando no solo para esta vida, sino también para la que viene. Para profundizar más en estos temas vamos a recurrir a las Escrituras, recuperando la práctica de la Lectio Divina, y haciéndola correctamente sobre las citas que os planteamos a continuación.
Recordemos que como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Para que así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra mereceremos entrar con Él en la boda y ser contados entre los santos y no nos manden ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde “habrá llanto y rechinar de dientes” (Lumen Gentium 48)[58]. En este aspecto, la enfermedad y la vejez, aunque en ocasiones durísimas, son un aviso claro que nos permite prepararnos adecuadamente para el final de nuestros días. ¿La forma correcta de vivirlas? Alexia González, una niña Católica que murió de cáncer, puede enseñarnos cómo hacerlo, pues debe cumplirse en nosotros lo que Cristo dijo: Si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos (Mateo 18, 3b). ¡Aprendamos de ella!
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