Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo; penetra hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos; juzga los deseos e intenciones del corazón.- Hebreos 4, 12
Invocación al Espíritu Santo Para empezar la Lectio Divina hagamos la señal de la cruz y recemos el himno Veni Creator Spiritus. De esta forma pedimos al Espíritu Santo que nos ayude a comprender y poner por obra esta Palabra que vamos a escrutar.
Lectura y Meditación El pasaje de Adán y Eva nos explica muy bien cuál es el problema que tiene el hombre moderno con Dios, que es en definitiva el problema que tenemos tú y yo con Él y, por extensión, con los demás. Es el problema de la muerte ontológica y del “querer ser” que nos hace entrar en verdaderas guerras personales. Comentar que por la amplia extensión de este pasaje vamos a leerlo y meditarlo por fragmentos, centrándonos de forma especial en cada uno de ellos.
Conviene fijarse en varios detalles del pasaje que están muy bien puestos y que nos enseñan muchas cosas acerca de nosotros mismos. En primer lugar, es importante ver como la serpiente, es decir, el maligno, es un mentiroso que mezcla partes de verdad con mentiras mientras calla otras partes. En otras palabras, el maligno intenta manipular a Eva, y por lo tanto no la ama ni busca su bien. Así pues, primero le sugiere a Eva un conjunto de ideas falsas diciéndole que Dios le ha prohibido comer, es decir, Dios quiere que te mueras de hambre, Dios no te ama, Dios te reprime y te quiere controlar, Dios te prohíbe muchas cosas sin motivo, Dios es tu rival, etc. ¡Y todo en una simple frase! Y eso mismo es lo que el maligno nos dice a nosotros todos los días. Eva, por supuesto, al principio sabe que eso mentira y así se lo dice al maligno. Sin embargo, la duda ya ha sido sembrada en su corazón: Dios me ha prohibido hacer una cosa so pena de muerte... ¿Por qué lo ha hecho? ¿Quizás Dios no me ama?
Y el maligno aprovecha esta duda para lanzar su próximo ataque: Dios te lo ha prohibido porque si comes serás igual a Él. Te convertirás también en un dios, y podrás conocer y decidir lo que está bien y lo que está mal... ¡Y Dios tiene miedo de eso! Por eso te lo ha prohibido, para tenerte sometido. Pero la verdad no es esa, Dios lo ha prohibido porque realmente comer de ese árbol hará morir a Adán y Eva, y Dios no quiere que mueran. Al final, Adán y Eva no pueden cambiar lo que está bien y lo que está mal: esa idea es sólo una ilusión y, al final, las consecuencias, es decir, la muerte ontológica, nos domina igual creamos en ella o no. Por eso Eva creyéndose esta mentira, y viendo que el árbol era atrayente a los ojos (Génesis 3, 6b), comió. Y eso nos parece a nosotros muchas veces el pecado: apetecible porque... ¿Realmente es tan malo? ¿Por qué no me acuesto con mi novia? Nos queremos y es apetecible. ¿Quién me lo va a prohibir? ¿Y por qué no desfalco a hacienda? ¿Quién se va a enterar? ¿No quieres que disfrute de la vida? ¡Si no pasa nada!
Pero la verdad es muy diferente, pues... ¿Qué les pasó a Adán y a Eva? Se dieron cuenta de que estaban desnudos. Es decir, por primera vez sintieron vergüenza el uno del otro, pues ya no estaban en comunión, como veremos más claramente en la continuación del pasaje. Algo dentro de ellos se había roto. Han rechazado a Dios que es el amor y la vida y se han quedado solos, sin amor y sin vida. Y han experimentado por primera vez la muerte ontológica. Y las consecuencias, como veremos a continuación, van a ser muy graves. Pero ellos, al principio, lo intentaron solucionar como lo intentamos hacer nosotros muchas veces: con parches exteriores, haciéndose un vestido para cubrirse. ¡Que no se note que mi vida se cae a pedazos! Pero el problema estaba y sigue estando en su corazón. Aun así, lo que ocurre a continuación es mucho peor:
Como podemos ver, lo primero que ocurre ante Dios es que el hombre se esconde: no quiere afrontar su propio error y, por tanto, ahora tiene miedo de Aquel al que antes amaba. Por eso Dios, extrañado, lo llama y le pregunta qué le ocurre. Sin embargo, Adán no confiesa su pecado y pide perdón, sino que en primer lugar busca una excusa y, cuando ve que la excusa no convence a nadie, le echa las culpas a su mujer. Mejor dicho, le echa las culpas “a la mujer que tú me diste”, porque para Adán su mujer Eva ya no es más su mujer en su corazón, ya que la primera consecuencia del pecado es la muerte del amor y la descomunión. ¿Y en el fondo, según Adán, quién tiene la culpa? Su mujer, claro, que le ha dado la fruta; y por supuesto Dios, que es quien le ha dado a su mujer. ¿Pero en realidad quién la ha aceptado, pecando? Solo él.
¿Y no pensamos en el fondo nosotros lo mismo? ¿Quién tiene la culpa de todo sino el otro? ¿No es culpa de mi mujer tantas cosas? ¿No es el gobierno responsable de esto y aquello? ¿No son mis hijos, jefes, padre, o amigos los culpables de estos otros problemas y sufrimientos que tengo? ¿Y Dios, no tiene también la culpa de tantas cosas? ¿Por qué no hace nada? Y al final hacemos de todo menos reconocer que somos nosotros, y solo nosotros, los que con nuestras decisiones, apartándonos de Dios, lo rompemos todo y nos rompemos por dentro. Y lo mismo hizo Eva pasándole la culpa a la serpiente: fue la serpiente la que me sedujo -dice Eva- en el fondo yo no quería pero mira, qué se le va a hacer... Y así, por aceptar el engaño del maligno y nuestras apetencias, pecamos, y lo que a primera vista parecía bueno produce el fruto amargo de la muerte.
Y esto, repetido una y otra vez, es lo que va fragmentando el alma de las personas y las lleva primero a las discusiones, peleas, riñas, avaricias, murmuraciones, juicios, envidias, lujurias, etc. En un siguiente nivel eso se transforma en violencia, divorcio, adulterio, asesinato, violación, etc. Porque si en nuestro corazón no hay amor sino muerte, pasar de lo poco grave a lo muy grave es cuestión de tiempo y de que la situación lo facilite. Y en un último nivel, tenemos también ejemplos claros de personas que han usurpado el lugar de Dios en la historia de la humanidad, imponiéndose mediante la violencia como dioses de los demás: comunismo, nazismo, extremismos islámicos, etc. Cuando eso ocurre, el otro ya no vale nada ni en nuestro corazón ni en la realidad, y el resultado suelen ser exterminios, trata y venta de mujeres, torturas y persecuciones masivas, campos de concentración, genocidios, explotación laboral infantil, etc. Pero todo eso tiene la raíz en un solo sitio: nuestro corazón. Porque del corazón salen pensamientos perversos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, difamaciones, blasfemias (Mateo 15, 19), etc.
Finalmente, Dios impone un castigo muy severo al maligno por haber provocado la caída del hombre, que le afectará el resto de su existencia. Un castigo que trae consigo una promesa: el maligno será vencido definitivamente por un descendiente de la mujer: Jesucristo, que con su muerte comparte nuestra desastrosa situación, y con su resurrección nos abre de nuevo las puertas a la vida plena. Vida plena que puedes recibir ya hoy. Sin embargo, también castiga a la mujer con el dolor del parto que, por la misericordia y amor de Dios, es algo temporal. Y al hombre ni siquiera lo castiga directamente, sino que maldice al suelo por su causa para que al hombre le resulte fatigoso trabajarlo. Al final, Dios ama tanto a Adán y Eva que es muy suave en su corrección física si la comparamos con las consecuencias que van a traer sus propios actos, y que traen todos los días nuestros actos cuando obramos mal.
Pero aun así pone una corrección, pues en ocasiones es necesario un mal físico menor, para intentar evitar de nuevo una verdadera catástrofe interior que desemboca en la muerte. Además, Adán y Eva pueden ver a través de ese sufrimiento físico pasajero el estado deplorable en el que sus actos han dejado a sus almas, y de esa forma se pueda dar el arrepentimiento en ellos, para su propio bien. Reconoce, pues, en tu corazón, que el Señor, tu Dios, te ha corregido, como un padre corrige a su hijo (Deuteronomio 8, 5). Y lo hace por un motivo: ¡Porque te ama! Y si te preguntas por qué Dios hizo la prohibición al principio, y no quitó ese árbol de ahí directamente, es que no has comprendido lo que Dios pretendía hacer con él: darle al hombre y a la mujer la libertad de elegirlo a Él o no, pues sin libertad no hay amor. ¡Y Dios ama de verdad! Lo que seguramente esperaba de ellos era que lo eligieran a Él, pues... ¿Les había dado hasta ese momento algún motivo para dudar? ¿Acaso no se lo había dado todo? Y por eso, la pregunta clave ahora es... ¿Y tú? ¿Pese a conocer todo esto no quieres dejar el pecado? Mira que con Dios puedes volver a tener vida en ti y nunca más pecar, al menos gravemente. ¡Pues Dios te quiere vivo!
Una vez terminada la meditación, permanezcamos cinco minutos en oración silenciosa, meditando a la luz de la Palabra la siguiente pregunta: “¿Qué me dice Dios a mi vida concreta con esta Palabra?” Cuando más práctica, concreta y aplicada a nuestra vida sea la respuesta, mejor. Porque con esta Palabra Dios te esta hablando hoy personalmente a ti.
Oración Continuemos la Lectio Divina con una oración personal a nuestro Padre celestial, pidiéndole lo que necesitamos para llevar a nuestra vida esta Palabra, y dándole gracias por habernos ayudado a comprenderla. A continuación, recemos el Padre Nuestro y no nos olvidemos de nuestra madre María saludándola con un Ave María. Terminemos, finalmente, realizando la señal de la cruz con la intención de llevar esta Palabra con perseverancia a nuestra vida diaria, sin dudar nunca de que... ¡Dios nos ama!
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