Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo; penetra hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos; juzga los deseos e intenciones del corazón.- Hebreos 4, 12
Invocación al Espíritu Santo Para empezar la Lectio Divina hagamos la señal de la cruz y recemos el himno Veni Creator Spiritus. De esta forma pedimos al Espíritu Santo que nos ayude a comprender y poner por obra esta Palabra que vamos a escrutar.
Lectura El camino de la Vida y el camino de la muerte son dos opciones que podemos tomar y que en otros pasajes de la Escritura reciben otros nombres como espíritu y carne, o simplemente bien y mal. En este caso vamos a leer un fragmento de la carta de San Pablo, a la que conviene prestar una especial atención, pues puede parecer a primera vista un poco compleja, pero en realidad no lo es.
Las dos últimas frases de la lectura resumen muy bien el resto, y de hecho varios paralelos insisten en ese punto clave que nos muestra la importancia de realizar la elección correcta. Y de tomar esta decisión de corazón y con nuestra propia vida.
Además, en otro paralelo Jesús nos muestra cuál es el requisito imprescindible para recorrer el camino de la Vida: el Bautismo. En el Bautismo recibimos al Espíritu Santo, gracias al cual, si mantenemos hasta el final nuestra decisión de ser católicos, llegaremos a Dios sin desviarnos del camino de la Vida.
Meditación Estas lecturas nos enseñan muy bien cuáles son los dos caminos. El vivir para uno mismo y dándose gusto en todo es el camino de la muerte que siembra y cosecha por y para la carne, es decir, por y para las pasiones, proyectos y gustos propios. Quien así vive no puede agradar a Dios, pues simplemente no quiere saber nada de Él, porque Dios es amor (1 Juan 4, 8b). Efectivamente, el camino de la Vida es el amor, es decir, el permitir al amor de Dios habitar y obrar en nosotros, viviendo para el prójimo. ¿Y su fruto? La Vida plena que no se acaba, incluso en medio del sufrimiento.
Y a Dios no se le puede engañar ya que precisamente Él es el que habita en ti, si vives según el Espíritu recorriendo el camino de la vida. Él vino a ti en el Bautismo, y habita en ti si vives en estado de gracia, es decir, recorriendo el camino de la Vida. ¡No temas! Con Él es posible. Y no sólo posible: te hará feliz. ¿O no has visto a esas jóvenes monjas de clausura que están siempre alegres? ¿No has conocido a un sacerdote que vive alegre, incluso en medio de problemas, y no se arrepiente de haber dado su vida entera a Dios? ¿No sabes nada de los católicos que hoy están muriendo por no renunciar a su Fe, pues han encontrado un tesoro y están contentísimos? ¿No has conocido a nadie que esté gastándose y desgastándose por los pobres y marginados, y no lo cambiaría por nada del mundo?
¿Crees que tú eres diferente? ¿Qué eso es sólo para gente especial o elegida? Nada más lejos de la realidad. Dios puede hacerlo también en ti. Poco a poco. De una forma en la que quizás no te darás cuenta. Pero si un día echas la vista atrás lo verás claramente, porque con Dios cualquier virtud heroica y cualquier grandeza de amor es posible. Pero considera, además, que no hay delito -por enorme y detestable que sea- al que no se incline tu malvada naturaleza y del que no puedas verte reo; y que sólo por la misericordia de Dios y por el auxilio de su gracia te has librado hasta el día de hoy de cometerlo (León XIII)[92]. Por eso, de nuevo se te plantea la pregunta clave... ¿Quieres ir por el camino de la Vida o por el de la muerte?
Una vez terminada la meditación, permanezcamos cinco minutos en oración silenciosa, meditando a la luz de la Palabra la siguiente pregunta: “¿Qué me dice Dios a mi vida concreta con esta Palabra?” Cuando más práctica, concreta y aplicada a nuestra vida sea la respuesta, mejor. Porque con esta Palabra Dios te esta hablando hoy personalmente a ti.
Oración Continuemos la Lectio Divina con una oración personal a nuestro Padre celestial, pidiéndole lo que necesitamos para llevar a nuestra vida esta Palabra, y dándole gracias por habernos ayudado a comprenderla. A continuación, recemos el Padre Nuestro y no nos olvidemos de nuestra madre María saludándola con un Ave María. Terminemos, finalmente, realizando la señal de la cruz con la intención de llevar esta Palabra con perseverancia a nuestra vida diaria, sin dudar nunca de que... ¡Dios nos ama!
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