Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo; penetra hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos; juzga los deseos e intenciones del corazón.- Hebreos 4, 12
Invocación al Espíritu Santo Para empezar la Lectio Divina hagamos la señal de la cruz y recemos el himno Veni Creator Spiritus. De esta forma pedimos al Espíritu Santo que nos ayude a comprender y poner por obra esta Palabra que vamos a escrutar.
Lectura y Meditación El pasaje de Sodoma y Gomorra nos muestra muy bien cómo la misericordia de Dios está siempre presente, incluso cuando corrige o debe hacer justicia. Mencionar que los individuos de los que se habla en la lectura son en realidad ángeles de Dios que fueron a visitar personalmente a Abraham. El pasaje empieza así:
¿Cual era el clamor que llegaba de Sodoma y Gomorra? Los gritos y gemidos de los inocentes que sufrían el gravísimo pecado de los habitantes de las ciudades. Pues a Dios no se le oculta nada y Él escucha la oración. ¿Y cual era ese pecado gravísimo? El que intentaron, sin conseguirlo, con los ángeles que Dios envió: los habitantes de la ciudad fueron y gritaban a Lot y le decían: «¿Dónde están los hombres que han entrado en tu casa esta noche? Sácanoslos para que los conozcamoss» (Génesis 19, 5). Así es: en lugar de acoger a los forasteros que llegaban a su ciudad, los violaban sin importar su género o edad, y los abandonaban a su suerte. De hecho, Lot, el único que no hacía eso, trataba de evitarlo hospedando a los forasteros en su casa.
Ante esta situación Dios decide actuar. Y no lo hace sólo por el pecado gravísimo que cometen, pues hoy en día también se cometen muchos pecados así; sino para dar un signo y mostrar al mundo que en el juicio final ningún delito quedará sin ser reparado. Pero... ¿Por qué esperar para hacer justicia? Porque, como dice Dios a través del profeta Ezequiel: ¿Acaso quiero yo la muerte del malvado -oráculo del Señor Dios-, y no que se convierta de su conducta y viva? Yo no me complazco en la muerte de nadie -oráculo del Señor Dios-. Convertíos y viviréis (Ezequiel 18, 23.32). Por otro lado, ni mucho menos Dios se olvida de los inocentes, pues Él mismo ha sufrido como inocente la injusta muerte en la Cruz. Dios está siempre con los oprimidos, los comprende, los acompaña, los ayuda, y hará justicia de ellos. El pasaje continúa mostrando la misericordia de Dios:
Dios accede muy fácilmente a perdonar todo el lugar por atención a cincuenta justos. Porque aunque puede sacar a los justos de allí y castigar al resto, eso implicaría también dejarlos sin nada: casas, hacienda, negocios, pertenencias, relaciones, etc. Y Dios, que ama, no quiere el mal de nadie. Y menos de los que le son fieles en medio de las dificultades. Así pues, este pasaje nos muestra cómo se inclina la balanza hacia el lado de la misericordia, y lo hace sin parar:
¡Con qué facilidad Abraham reduce el número de justos necesarios para salvar la ciudad entera! ¡Y qué grande es la misericordia de Dios! E igual de grande es la misericordia de Dios con nosotros: siempre dispuesto a perdonar, siempre dispuesto a acoger, siempre dispuesto a hacernos felices. Sin embargo, sabemos que al final sólo encontró un justo: Lot. ¿Y qué hizo Dios? No queriendo que el justo pereciera con el malvado, sacó a Lot de la ciudad antes de destruirla. Y no sólo lo sacó a él: en atención a él sacó también a todos sus familiares. Porque Dios es justo, y justas sus sentencias.
Todo esto es un signo del juicio final, en el que quedarán al descubierto todas las obras de los hombres: buenas y malas. Se repararán las injusticias y Dios hará justicia de los inocentes. Y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y estos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna (Mateo 25, 32.46). ¡Ojalá Dios nos encuentre en el lado de los inocentes, y no de los opresores! ¡Ojalá Dios nos encuentre llenos de buenas obras, y no llenos de maldades! ¡Ojalá Dios nos encuentre en comunión con Él, y no lo hayamos rechazado! Ésta es, sin duda, otra razón de peso para elegir y recorrer todos los días el camino de la Vida.
Una vez terminada la meditación, permanezcamos cinco minutos en oración silenciosa, meditando a la luz de la Palabra la siguiente pregunta: “¿Qué me dice Dios a mi vida concreta con esta Palabra?” Cuando más práctica, concreta y aplicada a nuestra vida sea la respuesta, mejor. Porque con esta Palabra Dios te esta hablando hoy personalmente a ti.
Oración Continuemos la Lectio Divina con una oración personal a nuestro Padre celestial, pidiéndole lo que necesitamos para llevar a nuestra vida esta Palabra, y dándole gracias por habernos ayudado a comprenderla. A continuación, recemos el Padre Nuestro y no nos olvidemos de nuestra madre María saludándola con un Ave María. Terminemos, finalmente, realizando la señal de la cruz con la intención de llevar esta Palabra con perseverancia a nuestra vida diaria, sin dudar nunca de que... ¡Dios nos ama!
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