Jesús le contestó: «¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios».- Marcos 10, 18
Mensaje a los buenos Bueno, en el sentido estricto de la palabra, sólo es Dios. Todos los demás, por la debilidad humana y su esclavitud al pecado original, no somos buenos: somos pecadores. Pero con la gracia de Dios podemos llegar a ser justos, es decir, a ajustarnos perfectamente a la voluntad de Dios, que es el Amor: Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto (Mateo 5, 48). Dios nos ama y, por eso, nos advierte que nadie está libre de pecado: Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante (Juan 8, 7.9). Y en otro lugar dirá Jesús: Lo mismo vosotros: por fuera parecéis justos, pero por dentro estáis repletos de hipocresía y crueldad (Mateo 23, 28).
Esto no es una palabra que va dirigida a gente de hace mucho tiempo, es una palabra que se dirige a ti y a mi hoy: porque si creemos que somos buenos, aunque hagamos limosna, oración y grandes obras de caridad, cosas muy necesarias todas ellas; hay una cosa que nos falta: la humildad. Así pues, sed humildes bajo la poderosa mano de Dios, para que él os ensalce en su momento. Descargad en él todo vuestro agobio, porque él cuida de vosotros (1 Pedro 5, 6-7). ¿Y por qué la humildad? Porque si no hay humildad no hay verdadero amor, y si no hay verdadero amor, no hay felicidad... ¡Y Dios quiere que seas feliz! Así lo vivirás todo como realmente es: una gracia, un don y un regalo de Dios. Porque nosotros no merecemos el amor de Dios. Y cosas como el anuncio del Evangelio son fruto directo de este agradecimiento, que nace del que se siente amado sin merecerlo. Y por eso, si crees que lo mereces por tus buenas obras, no nacerá en ti el agradecimiento: lo llevarás todo como un cumplimiento y acabarás “quemado”. Y la parte más triste: no aceptarás los errores ajenos. Y es triste pues el juicio será sin misericordia para quien no practicó la misericordia; la misericordia triunfa sobre el juicio (Santiago 2, 13). Por eso, recuerda siempre... ¡Dios nos ama a todos sin merecerlo!
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