Para la libertad nos ha liberado Cristo. Manteneos, pues, firmes, y no dejéis que vuelvan a someteros a yugos de esclavitud.- Gálatas 5, 1
Mensaje a los esclavos Las personas, por el miedo a la muerte, tanto física como ontológica, estamos sometidas a la esclavitud del pecado. Por eso, tantas veces estamos atrapados en vicios o nos creamos dependencias afectivas que nos esclavizan con algunas personas. Sabemos, en muchas ocasiones, que eso nos hace daño y que sería mejor no hacerlo. Sin embargo, no podemos pues nos hemos convertido en verdaderos esclavos: no podemos hacer otra cosa. San Pablo, desde su experiencia, dirá: Así, pues, descubro la siguiente ley: yo quiero hacer lo bueno, pero lo que está a mi alcance es hacer el mal (Romanos 7, 21). Pero Isaías ya anuncia tu liberación a través de Jesús diciendo: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor (Lucas 4, 18-19). Y por eso Cristo murió y resucitó. ¡Para vencer lo que te esclaviza!
¡Ya no hay motivos para temer! Si crees esto, por la gracia del Bautismo eres libre: Dios te ha liberado. No dependes del afecto de nadie, ni necesitas beber o fumar, ni evadirte con otros vicios, ni nada por el estilo. No hay motivos para temer a la muerte física. Puedes amar cada vez que te desprecian*, difaman, roban, etc. Porque tu vida es Dios y, por tanto, no tiene fin. Y por eso Pablo dirá: Me encuentro en esta alternativa: por un lado, deseo partir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor; pero, por otro, quedarme en esta vida veo que es más necesario para vosotros (Filipenses 1, 23-24). De hecho, hasta que Dios nos llame a su lado, siempre tenemos una misión que cumplir en la tierra. Pese a todo esto, no es sencillo ser libre, por el simple hecho de que en el fondo, muchas veces no queremos. ¿Y qué podemos hacer? Dios nos ha dado unas armas de la luz con las que poder combatir y, de esta forma, rechazar los engaños del maligno: oración, limosna, ayuno, humildad, etc. ¡Y evitar el pecado! Empléalas en la medida de tus posibilidades y espera en Dios, que poco a poco irá cambiando tu corazón. Además, si fuera necesario, en el caso de depresión, ira explosiva, adicciones u otros problemas de esa índole, conviene acudir a especialistas católicos para que te ayuden: Honra al médico por los servicios que presta, que también a él lo creó el Señor (Eclesiástico 38, 1). Y con toda la ayuda humana y de Dios, si así lo quieres de verdad, podrás disfrutar de lo que Cristo te ha conseguido por amor: ¡La libertad!
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