Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo.- Eclesiastés 3, 1
Mensaje a los impacientes Una de las cosas que caracterizan nuestras vidas diarias es la instantaneidad: Pulso un botón y se enciende la luz, marco un número y hablo con alguien, cojo un vuelo y en unas pocas horas estoy en la otra parte del mundo. Estos son, sin duda, avances impresionantes que han mejorado nuestra forma de vida. Sin embargo, estos avances influyen innegablemente en nuestra forma de ser y actuar, haciéndonos realmente impacientes. Pues somos impacientes. ¿Acaso lo dudabas? Cuando queremos algo lo buscamos “ya” o, al menos, en un plazo corto de tiempo. Desde las cosas más insignificantes a los asuntos más importantes de la vida. Y, por supuesto, eso crea una gran frustración ya que, como dice el Eclesiastés: Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo (Eclesiastés 3, 1). Y muchas veces ese momento no es “ya”. De hecho, Santa Teresa de Jesús vivió veinte años de sequedad antes de que la oración le produjera frutos sensibles.
Sin embargo, los tiempos de Dios son perfectos. Por ejemplo, muchas personas son testigos de que algo que era imposible se volvía sencillo tras pasar el tiempo necesario. Por eso, hoy se te invita a la paciencia... ¡Espera en Dios, que volverás a alabarlo! No lo dudes: ¡Él te ama y sus planes no se frustran nunca! ¡Espera en Dios! Pues conviene vivir estos tiempos de espera desde la Fe, porque la fe es fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve (Hebreos 11, 1). Así mantendrás la certeza del cumplimiento de la palabra de Dios. Pues... ¡Ciertamente se cumplirá! Efectivamente, Dios nos dice a través del profeta Isaías: Así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi deseo y llevará a cabo mi encargo (Isaías 55, 11). Pues la Palabra de Dios es una palabra que se cumple. Una palabra que se ha cumplido ya en Jesucristo. Así que no lo dudes y espera en Dios, que en el tiempo propicio cumplirá su palabra y todas las promesas que te ha hecho. Su palabra y sus promesas, no tus deseos y caprichos. Y lo hará en el momento perfecto, si tú se lo permites: ni antes ni después. Pues... ¡Dios te ama y desea lo mejor para ti!
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