¿Acaso quiero yo la muerte del malvado -oráculo del Señor Dios- y no que se convierta de su conducta y viva?- Ezequiel 18, 23
Mensaje a los pecadores Adán y Eva son una figura muy clara de qué es y qué provoca en nosotros el pecado. Primero, surge un engaño del maligno, que te dice... ¿Eso malo? ¡Qué va! Mira bien... ¿No es apetecible? Acuéstate con esa chica, lo pasarás bien. Roba a tus padres y verás qué juerga te montas con su dinero. Pisa a tu compañero de trabajo y asciende tú, que después de tanto tiempo ya te lo mereces. Murmura, miente, impón tu opinión, demuestra que mandas tú, date al libertinaje. Y tú y yo, como Eva, vemos esa manzana y decimos... ¿Por qué no? Yo quiero eso, quiero ser feliz... Pero al pecar te das cuenta de que eso que aparentemente era bueno te ha hecho daño, mucho daño. No hay ni rastro de felicidad, solo un goce temporal y vacío seguido de la muerte. Y una vez muerto, vuelves a caer una y otra vez, para volver a sentir ese goce efímero: te vuelves esclavo del pecado por miedo a la muerte. Y muchas veces hasta el punto de volverte indolente: matas también a tu conciencia, acostumbrándote a vivir así, hasta que ya no puedes más y bueno... entra la bebida, las drogas, etc. En definitiva, una evasión para no pensar en el sufrimiento que llevas dentro. Y en los peores casos se puede llegar a la depresión y al suicidio. Pero hay una alternativa: siempre la hay. Se trata de la conversión.
En el peligro invoqué al Señor, grité a mi Dios: desde su templo él escuchó mi voz, y mi grito llegó a sus oídos (Salmo 18, 7). Y la respuesta de Dios ha sido hacerse hombre, conocer tus sufrimientos en su propia carne, morir por amor a ti y resucitar para destruir la muerte y el pecado que te atan. De esta forma te ha regalado el perdón de los pecados y la vida eterna. Por eso, estés como estés y hayas hecho lo que hayas hecho, tienes hoy la posibilidad de elegir el camino de la Vida y del amor de Dios, que te llevará a la salvación. Porque la paga del pecado es la muerte, mientras que el don de Dios es la vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro (Romanos 6, 23). Por eso... ¡Arrepiéntete, confiésate y busca a Dios! Dios, que te ama, te perdonará, te dará la vida y te saciará cada mañana de su amor inagotable. Efectivamente, que el malvado abandone su camino, y el malhechor sus planes; que se convierta al Señor, y él tendrá piedad, a nuestro Dios, que es rico en perdón (Isaías 55, 7). Y si mil veces caes, mil veces levántate; pues los cristianos no son los que no pecan, sino los que queriendo abandonar aquello que les hace mal, con las armas de la luz, luchan diariamente contra el pecado en un combate del que Dios les hace vencedores por su gracia. ¿El premio? La vida eterna, que puedes disfrutar ya aquí en la tierra.
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