Habla mi amado y me dice: «Levántate, amada mía, hermosa mía y ven».- Cantar 2, 10
Carta de Amor de Dios Yo soy el sumo Bien, la Belleza, la Vida, la Verdad y el Amor. Soy perfecto, completo, no necesito nada, y no me hace falta nadie. Porque yo soy Dios. Pero aun así, en mi eternidad te pensé y te amé. Te diseñé perfecto: toda una obra de arte. Y te creé. Por puro amor, pues nada tienes que me haga falta... ¡Todo te lo he dado yo! Y quise hacerte feliz. Hice una creación enorme y maravillosa, construí un paraíso, y lo puse todo a tus pies. Entablé una relación personal contigo. Y te amé.
Pero tú sospechaste de mí, despreciaste mi amor, quisiste ser dios tú mismo, rompiste nuestra relación, te separaste de mí, que soy la Vida, y moriste.
Entonces mi corazón se estremeció... ¿Cómo dejarte en la muerte? ¡Te amo tanto! Por eso empecé una historia contigo. Traté de seducirte para restablecer nuestra relación. Hice grandes prodigios contigo, como nadie ha hecho nunca jamás. Te libré de tus enemigos. Te di mi ley, mi guía, para que te indicara el camino que te hace feliz. Te entregué una tierra nueva. Y te envié a muchos profetas que te recordaban continuamente mi amor por ti. ¡Pues te amo con locura!
Pero tú, una y otra vez, me volvías la espalda.
Aun así, no me rendí y decidí ir a buscarte personalmente. Hice lo que nadie ha hecho nunca por ti: me humillé, me hice pequeño, limitado y débil. Yo, Dios, me hice hombre. Compartí tu naturaleza humana rota por tu rebeldía. Y te di mi dignidad haciéndote hermano e hijo mío. Conocí de primera mano tus problemas y preocupaciones. Viví una vida como la tuya. Experimenté tus sufrimientos: fui difamado, ninguneado, traicionado, abandonado, herido, oprimido y torturado. Siendo inocente cargué con el peso de tus culpas. Sufrí la injusticia, la soledad, el desprecio, la envidia y la violencia. Pasé voluntariamente por donde tú no quieres pasar: tu destino ineludible por haberte apartado de la Vida. Morí en la cruz. ¡Porque te amo! Y destruí desde dentro tu muerte. Te abrí un camino para que pudieras volver a vivir. Pagué todo el precio de tus culpas. Te devolví la esperanza y la vida que habías perdido. Y preparé un cielo para ti.
Luego fundé mi Iglesia para que te guiara por mis caminos. La mantuve dos mil años contra viento y marea. Le entregué todos mis dones. Y lo hice para que tú pudieras encontrarte conmigo. Lo preparé todo con esmero. Y, entonces, te hice nacer. Te di mi Espíritu y mi dignidad. Te mostré todo lo que he hecho por ti. Actué en tu vida, aun cuando ni siquiera te dabas cuenta. Estuve a tu lado en todo momento: en los buenos y los malos. Me entregué a ti personalmente en la Eucaristía. Intenté en todo momento seducirte con palabras y obras, y lo seguiré intentando toda tu vida, pues...
¿Quién te ha amado como yo? ¿Quién más ha hecho todo esto por ti? ¿Quién te comprende mejor que yo? ¡Yo te amo como nadie lo hace! Y por eso, también quiero respetar tu libertad. Así pues, hoy te digo... ¡Yo te amo! ¡Te amo desde toda la eternidad! ¡Te amo para siempre! ¿Me quieres tú?
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