El que cree en mí; como dice la Escritura: “de sus entrañas manarán ríos de agua viva”.- Juan 7, 38
El sentido de la vida El sentido de la vida es algo que nos persigue e interroga a todos. ¿Para qué vivo? ¿Qué quiero alcanzar en mi vida? ¿Unos buenos estudios? ¿Para qué? ¿Para conseguir un buen trabajo? ¿Con qué objetivo? ¿Cobrar mucho y poder comprarme mis caprichos, hacer viajes y tener una familia? ¿Y eso para qué? ¿No puedo hacer lo que quiero ahora mismo, sin conseguir todo eso? Entonces... ¿Vivo para alcanzar el fin de semana y pasar un buen rato con mis amigos? ¿Para conocer a un chico o una chica? Pero... ¿Para qué? ¿Para pasar un buen rato? ¿Vivo solo para disfrutar? ¿Pero soy feliz así? ¿De verdad? Entonces... ¿Para qué vivo?
Un historial académico impecable, un curriculum excelente, un trabajo que muchos envidiarían, tiempo de sobra para dedicarse a lo que te gusta, una mujer o marido guapísimos, una salud de hierro, una vida aparentemente perfecta... ¿Es eso lo que quiero? ¿Eso le dará un sentido a mi vida? ¿Me hará feliz? ¿No es eso lo que tienen muchos ricos? Sí, esos mismos ricos que salen en las noticias enganchados a las drogas, separados infinidad de veces, con juicios legales y escándalos o, incluso, suicidados. ¿Pero no eran felices? ¿No es lo que quiere todo el mundo? ¿Quiero yo eso? ¡Parece todo una gran mentira! Pero entonces... ¿Cuál es el verdadero sentido de mi vida? ¿De qué sirven los pocos años de vida que voy a vivir? ¿No se desvanecerá todo cuando muera, o diez, o cien años después?
Pues bien, la Iglesia Católica y Dios tienen la respuesta a esa pregunta: Tú has sido creado por amor y para amar. La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador (Gaudium et Spes)[59]. Y esto se vive recibiendo el Amor de Dios y, a su vez, dándolo a los hombres. Este es el propósito de tu vida. Y, en el fondo de tu corazón, lo intuyes claramente: buscas el amor. Y todo lo demás es vanidad. ¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? (Mateo 16, 26a). Y nada de todo lo que hemos mencionado antes te da la Vida. Nada de eso te hace feliz. Nada de eso da o puede dar un sentido a la vida. Sólo pueden conseguirte una evasión efímera y hacerte pasar un “buen” rato. Pero luego... en fin, tú sabes mejor que nadie lo que pasa luego.
El sentido a todo, o lo que es lo mismo, la Vida de verdad, solo la da Dios. Solo su Amor. Un amor que viviremos en plenitud en el cielo, pero que podemos gustar ya aquí. Un amor que se hace concreto cuando te dedicas a los demás. Y cada uno a su manera, con los dones que Dios le ha regalado, en el lugar que Dios le ha puesto, para hacer simplemente lo que Dios quiere. Nada más. Pero... ¡Ay! ¡Qué debilidad y fragilidad tiene nuestra naturaleza! Ante el mas mínimo sufrimiento desechamos la idea de amar, sin saber que precisamente el sufrimiento es lo que hace crecer el amor. Pues no hay Salvación sin cruz. Y la cruz con Dios es siempre... ¡Una cruz gloriosa!
Precisamente por eso, la Fe debe vivirse en el seno de la Iglesia Católica, en comunión con unos hermanos que pueden ayudarte físicamente. ¡No estás solo! Y, por supuesto, debe vivirse en una relación madura y personal con Dios. Conocer a Dios y su amor, y dejarse amar por Él, es el primer paso para encontrar y realizar nuestro sentido en la vida. ¡Y tantos Santos y católicos actuales son felices haciendo la voluntad de Dios! ¡Amando a Dios con todo su ser, y al prójimo como a sí mismos! Que Santa Teresa de Lisieux, doctora y corazón de la Iglesia, nos adopte como hijos espirituales e interceda por nosotros ante Dios. Porque cierto es que sin Él, no es posible dedicarse a los demás en todo momento, pues cuando uno sufre... ¡Qué difícil es olvidarse de uno mismo para amar al otro! ¡Pero esto será lo único que no pase nunca! ¿Lo primero? Acude a la Iglesia Católica y párate a mirar el Amor de Dios en tu día a día. ¡Pues ciertamente Dios te ama!
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