No temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortalezco, te auxilio, te sostengo con mi diestra victoriosa.- Isaías 41, 10
La debilidad humana Las personas somos débiles, muy débiles: nos enfermamos con facilidad, nos afecta mucho lo que sucede a nuestro alrededor, en ocasiones somos incapaces de controlar nuestros impulsos, fallamos, nos equivocamos, tenemos miedo de lo que nos pueda suceder, nos vemos incapaces de hacer muchas cosas, tenemos fobias, problemas psicológicos, nos deprimimos, dudamos de todo, sufrimos y un largo etcétera. Esta realidad nos recuerda constantemente que nosotros no somos. Que aunque hoy estamos aquí, quizás mañana ya habremos muerto. De hecho, en cien años poco más que huesos quedará de nosotros. Y en mil años difícilmente perdurará nuestro recuerdo y nuestra huella en el mundo. Esta es nuestra realidad caduca: Comerás el pan con sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste sacado; pues eres polvo y al polvo volverás (Génesis 3, 19). Pero esta realidad nos invita también a algo muy importante: a buscar a Dios con ahínco, pues donde nosotros no podemos, porque no somos, Él sí puede, porque sí es.
Efectivamente, sólo verdaderamente Dios es, pues Dios dijo a Moisés: «“Yo soy el que soy”; esto dirás a los hijos de Israel: “Yo soy” me envía a vosotros» (Éxodo 3, 14). Y, precisamente porque Dios sí es, sobre esta realidad de debilidad del hombre hay una mayor aún: Todo lo puedo en aquel que me conforta (Filipenses 4, 13). ¡Dios puede donde tú no! Por eso los cristianos son fuertes en la tribulación hasta el extremo del martirio. Dios les regala la fuerza que necesitan. Una fuerza para amar y para realizar la justicia de la cruz... ¡Que acepta y ama al pecador cargando con su pecado! Así actúan los cristianos en la debilidad. No dejándose arrastrar por el temor, sino que confían incondicionalmente en Dios, como nos enseña Cristo: Se acercaron y lo despertaron gritándole: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!». Él les dice: «¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?». Se puso en pie, increpó a los vientos y al mar y vino una gran calma (Mateo 8, 25-26). Por eso es muy importante emplear las armas de la luz que la Iglesia pone a disposición de todos sus fieles: ayuno, limosna, oración, etc. Conviene también mantenerse firme en la esperanza de la vida eterna y el amor de Dios, porque ciertamente... ¡Dios te ama!
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