Para la libertad nos ha liberado Cristo. Manteneos, pues, firmes, y no dejéis que vuelvan a someteros a yugos de esclavitud.- Gálatas 5, 1
La verdadera libertad Hoy en día es muy común escuchar consignas como las siguientes: «yo hago lo que me da la gana», «soy libre para decidir» o «yo mando de mi vida». Frases que aparentemente parecen ir a favor de la libertad del hombre pero que, en el fondo, son signo de una gran esclavitud: la esclavitud del yo. Y esto no es nada nuevo, moderno o progresista, pues hace ya dos mil años San Pablo advertía del engaño: Pues vosotros, hermanos, habéis sido llamados a la libertad; ahora bien, no utilicéis la libertad como estímulo para la carne; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor (Gálatas 5, 13).
Hacer lo que a mi me da la gana significa ser esclavo de las propias apetencias. Por eso... ¿Por qué no me acuesto con mi novia? ¿Por qué no la abandono cuando me llama la atención otra? Claro que sí. ¿Qué más da que la destroce en el proceso? Yo soy libre para decidir con quién estar. En realidad lo que eres es esclavo de tus propias pasiones y, por tanto, no puedes amar. Así pues, esto no es libertad, sino esclavitud. Y el origen de esa esclavitud es el miedo a la muerte física y ontológica: el miedo a no ser. Por eso, para los hombres es imposible amar al enemigo, al que le está quitando la vida. Buscan la venganza, la justicia, el destruirlo o, al menos, el pararle los pies. Porque tenemos un miedo profundo a la muerte.
Pero... ¿Quién ha tenido esta libertad? Cristo. Pues ciertamente, apenas habrá quien muera por un justo; por una persona buena tal vez se atrevería alguien a morir; pues bien: Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros (Romanos 5, 7-8). ¡Y con su muerte ha vencido nuestra muerte! Él ha sido libre para dar su vida por amor a nosotros, que tantas veces hemos renegado de Él. Él no se ha resistido a nuestro mal y ha entregado su propia vida para nuestra Salvación. Él no ha tenido miedo a la muerte. Él ha obrado el bien y nos ha amado hasta el extremo. ¡Qué grande es el amor de Dios!
Por eso, un hombre es verdaderamente libre cuando puede obrar el bien siempre, amando incluso al enemigo y dominando las apetencias de la carne. Un hombre es libre cuando no se deja dominar por el miedo a la muerte. Y esto los cristianos lo podemos hacer en Cristo, que ha vencido a la muerte destruyéndola. ¡Ya no tenemos motivos para temerla! Por eso San Pablo dirá: Y Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos (2 Corintios 5, 15). ¡Eres libre gracias a Dios!
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