Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra.- Colosenses 3, 2
¿Un católico soltero? Dios nos llama a todos los hombres a una vocación de amor, pues el amor es la vocación fundamental e innata de todo ser humano (Catecismo 2392). Y su expresión más sencilla y común es el amor entre el hombre y la mujer. Un amor fiel y fecundo que se da dentro del matrimonio cristiano. De hecho, ya en el principio el Señor Dios se dijo: «No es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle a alguien como él, que le ayude» (Génesis 2, 18). Y creó Dios a la mujer. Y por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne (Efesios 5, 31). Efectivamente: Dios no llama a nadie a ser soltero. Pero el matrimonio no es la única vocación de amor a la que Dios puede llamar a los hombres. Por supuesto, el fin del matrimonio es mostrar el amor que le profesa Dios al hombre, como explica San Pablo diciendo que es este un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia (Efesios 5, 32). Sin embargo, hay personas a las que Dios llama a mostrar su amor con todos los hombres de una forma mucho más directa. Y lo hace a través del sacerdocio o la virginidad consagrada a Dios: sacerdotes, monjes, monjas, vírgenes consagradas, célibes, etc. Estos viven el celibato mientras hacen presente a Dios y a su amor de forma física en la sociedad actual. Y esto es lo que vivió San Pablo, que decía: Deseo que todos los hombres fueran como yo mismo. Pero cada cual tiene su propio don de Dios, unos de un modo y otros de otro (1 Corintios 7, 7b).
Así pues, Dios te llama por tu nombre a una vocación de amor. Siempre. O bien un amor mostrado con gran intensidad hacia una persona concreta, o bien de forma general al servicio de todos los hombres. Pero no te llama a ser soltero y vivir para ti, pues el que pretenda guardar su vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará (Lucas 17, 33). Dios te ha creado por amor y te ha elegido para amar. Por ello, si tú tratas de empezar una relación o ir a un seminario simplemente para tu realización personal, tratando de buscar lo que te gusta o pensando que estás como incompleto sin eso, no comprendes realmente lo que quiere Dios de ti. Él te llama a amarlo a Él sobre todas las cosas, y a amar a los demás como Él te ha amado a ti. Te llama a dar tu vida por ellos incluso cuando eso no te reporte a ti nada. Pero no te llama a que busques la vida y el amor en otro que no sea Él mismo, haciendo una idolatría. Por eso el amor cristiano, incluso dentro del matrimonio, es muy exigente.
Para llegar a descubrir tu vocación quizás debas esperar un tiempo ejercitándote en el amor desinteresado al prójimo y a Dios, antes de que la llamada de Dios se haga presente en tu vida. O quizás necesitas abrirte a todas las posibles vocaciones y no sólo a la que tú quieres. Pues cuanto dista el cielo de la tierra, así distan mis caminos de los vuestros, y mis planes de vuestros planes (Isaías 55, 9), dice Dios... ¿Y tú pretendes forzar sobre ti tus propios planes? Eso no te hará feliz y Dios lo sabe. Por eso conviene que no estés cerrado a nada. Conviene desear y dar pasos firmes en tu vocación al amor, en el ser cristiano y en tu relación con Dios. Pero sobre todo, conviene no replegarte sobre ti mismo, acomodarte y dar paso al egoísmo.
¿Qué hacer entonces? Ser cristiano. Porque si dejas de ser cristiano cualquier otra vocación se derrumbará por sí sola. Y ser cristiano es dejar que Dios, y no tú, sea el centro de tu vida. Es amar a Dios sobre todas las cosas y, por tanto, amar sus planes sobre ti. Y uno que ama y quiere los planes de Dios no se desespera ni se queja en el descubrimiento de su vocación. Y es, finalmente, amar al otro como Dios nos ama. Y Él no nos ama porque seamos buenos, sino porque Él es bueno. Por eso, nos ama siempre. Por eso, ten la seguridad de que Dios es tu Padre y que Él tiene una obra increíble proyectada contigo. Así pues, como dicen las escrituras, sella en el corazón este hecho: el Señor completará sus favores conmigo. Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos (Salmo 138, 8). Tu trabajo ahora es sencillo: sé cristiano. Reproduce en ti la imagen de Cristo. Ama como Él te ama. Y así estarás dando los primeros pasos en tu vocación al amor que Dios concretizará si estás dispuesto a ello: a la vida consagrada o al matrimonio, pero cuando Él lo vea conveniente. Y sé paciente, pues la visión tiene un plazo, pero llegará a su término sin defraudar. Si se atrasa, espera en ella, pues llegará y no tardará (Habacuc 2, 3), pues... ¡Dios te ama! ¡Y Él no abandona la obra de sus manos!
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