¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos.- Mateo 7, 14
Conociendo a Dios Lo primero en la vida del cristiano es la llamada que nos hace Dios, a través de los acontecimientos de nuestra propia vida, para que lo busquemos. Quizás un amigo que nos habla de Dios, quizás un vecino que nos sorprende con su forma de vida, quizás un libro que ha llegado a nuestras manos, etc. ¡Dios se vale de cualquier cosa! Y este primer encuentro produce una seducción de Dios a nuestra alma, que se plasma muy bien en el Cantar de los Cantares: Habla mi amado y me dice: «Levántate, amada mía, hermosa mía y ven». Mira, el invierno ya ha pasado, las lluvias cesaron, se han ido. Brotan las flores en el campo, llega la estación de la poda, el arrullo de la tórtola se oye en nuestra tierra. En la higuera despuntan las yemas, las viñas en flor exhalan su perfume. «Levántate, amada mía, hermosa mía, y vente». Paloma mía, en las oquedades de la roca, en el escondrijo escarpado, déjame ver tu figura, déjame escuchar tu voz: es muy dulce tu voz y fascinante tu figura (Cantar 2, 10-14).
Este primer encuentro hace nacer dentro de nosotros un deseo de Dios. Un amor por sus cosas que nos impulsa a trabajar por el Reino de Dios. Nos impulsa a la caridad, a la oración, a vivir como cristianos, etc. ¡Nos enamora de Dios! Y gracias a este deseo crecemos mucho como cristianos y, en ocasiones, de forma muy rápida: aprendemos a ver la acción de Dios en nuestra vida, ponemos nuestra confianza en Él, empezamos a vivir según el Evangelio, nos dedicamos a rezar y a poner en práctica las virtudes, trabajamos por llevar este mensaje a los demás, e incluso sentimos la presencia real de Dios en nuestro interior. El deseo de Dios nos lleva a crecer mucho, pero este deseo debe convertirse en un amor maduro y, para ello, es necesario que pasemos por la noche oscura del alma.
Noche oscura del alma Muchas veces entramos en crisis porque dejamos de “sentir la presencia de Dios”, fracasan nuestros proyectos de vida, nos encontramos con una situación de sufrimiento muy dura, se “enfría” el amor en nuestro matrimonio, fracasan nuestros empeños por trabajar por el Reino de Dios, caemos en la rutina, nos llega una enfermedad muy grave o la muerte de un ser querido, aparecen dudas existenciales de Fe, conocemos de primera mano una experiencia del mal que inutiliza todo esfuerzo por nuestra parte, sentimos inseguridad por si nos salvaremos o no, etc. Es la noche oscura del alma. Pero con lo bien que iba todo, esto... ¿Para qué? Para que quede manifiesto si realmente sigues a Dios por quién es o, más bien, por lo que Él te da o te hace sentir. Efectivamente, Jesús les contestó: «En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros» (Juan 6, 26).
El amor a Dios debe purificarse para ser un amor libre de deseo: un amor desnudo que ame a Dios por Él, y no por lo que Él nos da. Porque en el fuego se prueba el oro, y los que agradan a Dios en el horno de la humillación (Eclesiástico 2, 5a). Por ello, todos hemos de pasar por la noche oscura del alma, donde no habrá autosatisfacción ni autorrealización, sino sólo aridez: es la senda angosta que nos lleva a nosotros a ser nada, para poder encontrarnos con Dios, que es todo. Y esto muchas veces nos produce desanimo o hastío de lo espiritual, pues parece que todo el esfuerzo que hemos puesto en la oración, en alcanzar las virtudes, en hacer el bien a los demás y en vivir como cristianos, se trunca y no da el fruto que esperábamos. Lo que en realidad ocurre es que buscábamos las cosas de Dios, y no a Dios mismo; bien sea por sentirnos buenas personas, cuando en realidad nadie es bueno sino solo Dios (Lucas 18, 19b), o incluso por amor a Dios. Pero el hecho de que nos frustremos demuestra que aún no lo amamos plenamente, sino que lo amamos sólo por aquello que nos da. ¡Queremos que Dios nos dé el éxito, cuando Él quiere regalarte el amor! Por eso, se diría incluso que, en ocasiones, tratamos de controlar la Voluntad de Dios, encasillándola en nuestra forma de pensar. ¡Qué lejos estamos del Amor!
Pero... ¿Cómo amar a Dios plenamente? Para nosotros es imposible, pero Dios, con su gracia, puede hacerlo posible. Hemos de mantener la esperanza de que Él lo hará, respetando los tiempos de Dios, y rechazando el deseo de quererlo todo ya. ¿Y mientras? Vivamos como cristianos, sin desechar nada de lo que hacíamos, pero enriqueciendo nuestra vida interior, manteniendo la Fe con esperanza, abandonándonos ciegamente a la Voluntad de Dios, obedeciéndolo en todo sin dudar y dejándonos desapropiar poco a poco de todo lo accesorio: afectos, bienes, seguridades, proyectos, etc. Es decir, vivamos en cada momento como un niño en brazos de su Padre, dejando que Él cambie nuestros planes y proyectos sin frustrarnos por ello. ¿Y el objetivo de esta actitud de abandono? Amar a Dios por quien es y no por lo que nos da o nos hace ser a nosotros. Y esto, por supuesto, es una gracia de Dios que Él concede a quien quiere y cuando quiere; y mientras no nos la regale, es imposible para nosotros, porque si amamos a Dios es porque él nos amó primero (1 Juan 4, 19).
Esta noche oscura fue cruzada por primera vez por Jesucristo. De hecho, él es el camino y la verdad y la vida (Juan 14, 6b). Porque no hay otro camino que este: el camino de la cruz. Un camino angosto, pero que... ¡Nos lleva al encuentro de nuestro amado! ¿Qué camino? Para venir a gustarlo todo, no quieras tener gusto en nada. Para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada. Para venir a serlo todo, no quieras ser algo en nada. Cuando reparas en algo, deja de arrojarte al todo. Porque para venir del todo al todo has de negarte del todo en todo. Y cuando lo vengas del todo a tener, has de tenerlo sin nada querer. Porque si quieres tener algo en todo, no tienes puro en Dios tu tesoro (San Juan de la Cruz)[50]. Es la noche del espíritu que conviene aceptar, pues el mismo Señor que nos hace desear las virtudes, en los comienzos, nos quita después el afecto a las mismas y a todos los ejercicios espirituales, para que con más sosiego, pureza y simplicidad no nos aficionemos a cosa alguna fuera del beneplácito de su divina Majestad (San Francisco de Sales)[48].
Noche del espíritu Cuando aceptamos la noche oscura del alma, con la gracia de Dios empieza en nosotros una desapropiación del deseo de poseer, controlar, asegurar y decidir sobre la Voluntad de Dios para nosotros y nuestra Salvación. Y, al mismo tiempo, empieza en nosotros a madurar este amor primero, permitiéndonos seguir amando aun cuando interiormente vivimos en la aridez más absoluta: sin sentir nada. Y así Dios será todo en todos (1 Corintios 15, 28b). Porque a Dios no se le puede controlar, atar o imponerle nuestra voluntad. La única forma de amarlo es abandonarse en sus manos, en su Voluntad. De esta forma lo ganaremos todo, porque quien a Dios tiene Nada le falta: Sólo Dios basta (Santa Teresa de Jesús)[6]. Y de esta forma, Dios también hará posible en nosotros el amor al prójimo hasta el extremo, porque quien confía en Dios no teme a nada: ni siquiera al sufrimiento y la muerte.
¿Cuál es el camino que debemos seguir guiados por la gracia de Dios? Rechacemos nuestras pretensiones de autorrealización, no demos importancia al sentimiento de deseo de Dios, no tengamos miedo de la imprevisibilidad de Dios, aceptemos nuestra debilidad y finitud, no nos angustiemos de no poder asegurar nuestro tiempo, no busquemos vivencias gozosas o dolorosas para “ofrecérselas a Dios”. Por el contrario: amemos y hagamos su Voluntad, sea la que sea, cuando sea, y conlleve el gozo, desasosiego o sufrimiento que sea. Solo y siempre su Voluntad. Entonces, la noche se convertirá en día, y ya no será el sol tu luz de día, ni te alumbrará la claridad de la luna, será el Señor tu luz perpetua y tu Dios tu esplendor. Tu sol ya no se pondrá, ni menguará tu luna, porque el Señor será tu luz perpetua: se cumplirán los días de tu luto (Isaías 60, 19-20). Y, amando a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas; podrás amar al prójimo hasta el extremo.
Camina humilde con tu Dios La humildad es fundamental en nuestra vida, porque si nuestro corazón está lleno de nosotros mismos Dios no tiene cabida en él. Por eso, Jesús desaprueba hacer las cosas (como el ayuno, la limosna o la oración) en público de forma que los demás vean lo “bueno” que eres. Así pues, es fundamental, sin dejar de recorrer el camino de la Vida, rechazar la soberbia, el orgullo y la vanagloria. Porque al final, todo lo bueno que tenemos viene de Dios. Por eso, abre los ojos del alma y considera que no tienes nada de que gloriarte. Tuyo sólo tienes el pecado, la debilidad y la miseria; y, en cuanto a los dones de tu naturaleza y de gracia que hay en ti, sólo a Dios -de quien los has recibido como principio de tu ser- pertenece la gloria (León XIII)[92] Por eso, el que se gloría, que se gloríe en el Señor (2 Corintios 10, 17). Y eso sin olvidar que sin Él somos culpables y merecedores de la muerte por nuestros pecados. ¿O no has descubierto aún, por ejemplo, la gravedad del pecado de omisión de la caridad? Al final, la humildad es necesaria para pasar por la noche oscura del alma, pues sin ella acabamos exigiendo a Dios sus dones, en vez de aceptar la noche que Dios nos regala para que nuestro amor madure.
Práctica ¿Es qué aún no lo has comprendido? No se puede exigir la gracia de Dios. La única práctica que podemos hacer es pedírsela a Dios, si es que estamos dispuestos a pasar por la noche oscura del alma. ¿Y una vez pedida? Insistir, pero sin exasperarse, respetando siempre los tiempos de Dios, que son sin duda alguna los mejores. Por eso, la oración junto con la escucha de la Palabra de Dios, son dos cosas que no conviene abandonar nunca. San Francisco de Sales escribió un tratado sobre el Amor de Dios, que nos dará mucha más luz sobre este tema tan profundo.
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